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Antonio Papell

La actualización del Parlamento

Con independencia de la opinión que se tenga de las nuevas formaciones políticas que han ingresado en el Parlamento en las elecciones de 2015, es evidente que su irrupción ha supuesto una renovación de las formas y maneras parlamentarias, una agilización del debate político general y, en última instancia, una aproximación todavía inacabada del parlamento a la ciudadanía, después de un distanciamiento peligroso que se hizo patente con la crisis y que se plasmó en aquel inquietante grito de 'no nos representan'.

Uno de los asuntos pendientes desde hace tiempo, que acaba de abordarse con suerte desigual, es la reforma de los reglamentos de las cámaras para agilizar su tarea y aproximarlas „de nuevo„ a los titulares de la soberanía, los ciudadanos. El PNV presentó una reforma del Reglamento del Congreso que el pleno tomó en consideración en marzo, y algunas de las propuestas del grupo Unidos Podemos en un texto alternativo han sido especialmente atinadas. La más llamativa era la de prohibir que sus señorías lean sus intervenciones ante la cámara, "aunque será admisible la utilización de notas auxiliares". Curiosamente, el Senado ya tenía reglamentariamente establecida esta norma, que no se ha aplicado en la práctica. Y como era de imaginar, la propuesta ha sido desechada en el Congreso, y no sólo por los grandes partidos ortodoxos: ni siquiera ERC, por boca de Rufián, le ve sentido.

La conexión entre las cámaras y el país real es prácticamente nula, como lo demuestran las magras audiencias que registra el canal oficial de la televisión estatal que emite las sesiones más relevantes. Y es que los grandes sucesos parlamentarios son una ristra de inconexas intervenciones inacabables en que se cita persistentemente a Machado y a Cervantes, se alude al Gatopardo y se repasan todos los tópicos de la retórica al uso. En realidad, las sesiones no están pensadas para que la gente común pueda seguirlas fácilmente, como seguiría una conversación o un debate espontáneo. Se atribuye a Talleyrand la ocurrencia de que el lenguaje le ha sido dado al hombre para que pueda enmascarar el pensamiento? Seguro que muchos miembros de la clase política al uso estarían de acuerdo con él.

Habría mucho que manifestar acerca de la utilización del lenguaje con fines espurios (Humpty Dumpty dijo a Alicia: "las palabras significan lo que quien manda quiere que signifiquen"), pero no es esta la ocasión: no se trata tanto de postular la claridad ni la sinceridad sino la espontaneidad: las instituciones de la democracia deben servir para que los ciudadanos se sientan verdaderamente dueños de su destino. Y para ello es necesario que el Parlamento reproduzca la vida corriente, sin mixtificación.

Naturalmente, esta reforma implica otras, como la de las interpelaciones al Gobierno: no tiene sentido que cuestiones de rabiosa actualidad tarden semanas en llevarse a la Cámara Baja porque hay que seguir un alambicado procedimiento. Ni es de recibo que el grupo parlamentario del Gobierno (cuando hay uno solo) formule preguntas a los ministros para que se luzcan, ni que los líderes puedan delegar sistemáticamente las respuestas en personajes de segunda o tercera fila? Todas estas propuestas han sido asimismo planteadas, con desigual fortuna, por varios grupos. Veremos al término del debate cuál será el resultado final.

Por último, una observación más sobre nuestra paupérrima vida parlamentaria: el porcentaje de diputados y senadores que jamás interviene en un pleno es elevadísimo, y también es alto el de los que tampoco actúan en las comisiones. Así las cosas, la eficiencia del Parlamento es ínfima, y se conseguirían los mismos resultados si en lugar de reunirse los 350 diputados o los 266 senadores lo hicieran los portavoces de los grupos parlamentarios, con un voto ponderado de cada uno de ellos según el número de miembros. Tan absurda es esta posibilidad como el hecho de que la mayoría de los representantes sean mudos y acríticos partícipes de unas instituciones en las que desempeñan el único papel de apretar de tanto en cuanto un botón.

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