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Antonio Papell

Europa renace

La debilidad de May, cuyo liderazgo es precario tras su pérdida de la mayoría absoluta, ha sido la fortaleza de la UE, reforzada si cabe por el empuje de Trump que ha resucitado el eje franco alemán

Angela Merkel, que ha de ir a las urnas este otoño (y que parece tener la fortuna electoral de su parte), y Emmanuel Macron, que acaba de ganar la presidencia de Francia y la mayoría absoluta de la Asamblea Francesa, han reconstruido con rapidez inusitada el eje franco alemán, no sólo gracias a una clara coincidencia ideológica entre ambos sino también a través de una decisión estratégica de reedificación de la Unión Europea ulterior al 'brexit' y de avance hacia la integración política, económico-financiera y militar de los Veintisiete.

El Consejo Europeo celebrado en Bruselas la pasada semana, en que Theresa May realizó las primeras propuestas sobre el efecto del 'brexit' sobre la libertad de circulación de personas, registró una insólita reconstrucción del espíritu comunitario entre los Veintisiete que persisten en la idea de la Unión Europea, así como una reelaboración de la relación franco alemana, en que por fin las dos partes son discretamente federalistas al mismo tiempo (el nacionalista De Gaulle quería un Europa gobernada por Estados, frente a un Adenauer federalista, que no pudo avanzar en su proyecto integrador).

La debilidad de May, cuyo liderazgo es precario tras su pérdida de la mayoría absoluta, ha sido la fortaleza de la UE, reforzada si cabe por el empuje de Trump, quien se ha permitido dudar del porvenir de Europa. De momento. Pero es de esperar que el ímpetu de la UE supere esta coyuntura circunstancial y se extienda a todo el proceso del 'brexit', que podría ser la vacuna contra la atonía de Bruselas. En esta ocasión, la explicitud de Merkel en presencia de Macron contra la ambigüedad de Londres ha sonado a gloria a todos los europeístas, que saben/sabemos que la mejor manera de lograr unanimidades y avances es confrontando ante un enemigo común. Rajoy, por su parte, ha secundado a Merkel en la crítica a Londres y en su política inmigratoria.

La recuperación de la idea de Europa está, en fin, teóricamente en marcha, pero en la práctica el futuro depende del acierto de Macron, quien de momento ha sabido sustraer a su país de las tentaciones radicales ante el fracaso manifiesto de las opciones tradicionales: tras el naufragio de Sarkozy y el desastre de Hollande, Macron es, como acaba de definirle Paco Basterra, "un reformista que cree en lo público, su ADN es gaullista". Menos en el federalismo.

El programa de Macron es sin embargo ambiguo: quiere liberalizar la economía -empezando por una reforma laboral desreguladora„ pero manteniendo un sector público potente y una cobertura social sustantiva. Tendrá que luchar con los sindicatos y con la hostilidad de las fuerzas políticas de ambos extremos, que le regatearán el mérito por razones de supervivencia (ni la izquierda ni la derecha le reconocerán). Pero si logra marcar un camino eficaz contra el desempleo, sobre todo el juvenil, y contra la precariedad laboral estructural, y si Europa se convierte en agente de esta nueva esperanza (en lugar de ser el provocador sistémico del austericidio), no es imposible que el europeísmo recupere prestigio entre los Veintisiete.

Con todo, el experimento es delicado: La crisis de las formaciones tradicionales, tanto de las políticas liberales como de las socialdemócratas, tras el desastre provocado por la reciente recesión, ha generado el auge de los populismos, con Trump como símbolo potente de la transformación. Macron, en cambio, representa el 'centro radical', una especie de superación de las viejas dicotomías. Una idea atractiva pero todavía sin contrastar, en que, como también ha dicho Basterra, "el eje derecha/iquierda es sustituido por los polos globalización/nacionalismo, ciudadanos de grandes ciudades/habitantes rurales, jóvenes y mayores, personas con educación superior o sin ella, digitales/no digitales". La idea es buena si da frutos. De lo contrario, habrá que volver a los esquemas tradicionales, a la dialéctica entre solidaridad y libertad, a la pugna entre Estado débil y Estado fuerte, con sus grandezas, sus miserias y sus crisis sistémicas. Habrá que ver qué ocurre con los dedos cruzados.

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