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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Contradicciones

En el coche, la radio vuelve a informar del asesinato de una mujer a manos de su ex-pareja, una más en una larga lista de mujeres asesinadas que por desgracia enseguida habremos olvidado. Después oigo un debate acalorado, también en la radio, en el que todo el mundo se pelea por las causas de los crímenes machistas y sobre sus posibles soluciones. Las palabras habituales salen a relucir: heteropatriarcado, terrorismo machista, visibilización, feminismo radical. También se dice que falta una eficaz política de prevención y de ayuda a las mujeres maltratadas. Y sobre todo, dice alguien, hace falta educación, una educación que combata el machismo y que haga imposible estos crímenes.

Sí, de acuerdo, pero ¿dónde está esa nueva educación? Porque el sistema educativo que tenemos -y nuestras propias ideas sobre los métodos de enseñanza que queremos dar a nuestros hijos- no hacen todo lo posible por impedir estos crímenes machistas. Y si lo pensamos bien, más bien hacen todo lo contrario. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: queremos que los niños crezcan sin restricciones ni límites, queremos que los niños sean felices y no tengan que ejercer ningún auto-control sobre sí mismos, queremos que no tengan que superar ninguna prueba que les pueda acarrear frustración ni resentimiento. Y peor aún, queremos que los niños estén protegidos en todo momento, y por eso mismo les pedimos a los profesores que hagan con nuestros hijos lo mismo que hacemos nosotros con ellos, es decir, mimarlos y tratarlos con sumo cuidado y evitarles cualquier exigencia que pueda resultarles traumática o desagradable. Y así, no queremos que los docentes les exijan demasiado en cuanto a conducta ni actitud ni conocimientos, para no fatigar demasiado a los niños ni crearles inseguridades ni conflictos. Y sobre todo, procuramos rehuir todo lo relacionado con la responsabilidad individual de los pequeños, ya que la responsabilidad individual es dolorosa y puede crearles traumas y problemas psíquicos.

Como es natural, estos principios educativos están predisponiendo a los niños varones a comportarse de una forma muy peligrosa con las mujeres cuando se hagan adultos y empiecen a mantener una relación sentimental. ¿Cómo queremos que un varón adulto controle su frustración o su ira, si de niño le hemos enseñado a hacer justo lo contrario? ¿Y cómo queremos que un varón adulto deje de echar las culpas de todo lo que le sale mal a su pareja, si desde niño le hemos enseñado a eludir la responsabilidad individual y le hemos inculcado la idea de que la satisfacción inmediata de sus deseos, sean cuales sean esos deseos, es el valor supremo de la vida?

Incluso hay muchas madres feministas que educan a sus hijos de esa manera, para que no se las pueda acusar de ser autoritarias o "castradoras" del desarrollo emocional de sus hijos y de la libre expresión de sus impulsos más espontáneos. Pero, claro, el problema es que esos hijos, algún día, cuando sean adultos, no sabrán controlar sus impulsos violentos o tendrán muchos problemas para reprimirlos, y eso los hará mucho más proclives a cometer actos de violencia contra las mujeres. Por supuesto que el machismo actúa como un desencadenante directo de la violencia de género, pero si encima no nos atrevemos a educar a los niños en el auto-control ni en la capacidad de superar la frustración y el resentimiento -en esa actitud que ahora se denomina con una palabra muy fea, "resiliencia"-, entonces se lo estamos poniendo muy fácil a todos esos salvajes que intentan arreglar su vida pegando o maltratando o incluso asesinando a sus parejas o exparejas.

¿Somos conscientes de estas absurdas contradicciones? Me temo que no. Porque los que defienden las ideas más feministas (ya sean hombres o mujeres) suelen ser los mismos que defienden el modelo educativo basado en la espontaneidad y la falta de auto-control emocional y en el rechazo a la exigencia de responsabilidad individual. Y esas mismas contradicciones, por cierto, llenan nuestra vida política. Y los que reclaman acoger a los refugiados con el lema "No més morts, obrim fronteres" son los mismos que se proclaman soberanistas y se pasan la vida reclamando más fronteras y más naciones con sus propias fronteras. Y muchos de los que se pasan la vida gritando contra "la ley mordaza" y contra las penas por enaltecimiento del terrorismo son los mismos que han acusado a la policía inglesa de inoperancia por no haber podido detener a unos yihadistas que ya estaban fichados y vigilados, pero contra los cuales la policía no podía actuar "antes" de haber cometido los atentados. Y ésa es la gran diferencia con respecto a lo que ocurre en España, donde los sospechosos pueden ser detenidos por simple "enaltecimiento del terrorismo" en las redes sociales. Todas esas contradicciones inundan nuestra vida y a veces impiden que mejoren las cosas. Y sin embargo, nadie parece reparar en ellas.

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