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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

La maestra

Justo esta vez tenían que darse prisa para recoger. Precisamente hoy que no era necesario. Qué fastidio. Los murmullos de hace un rato se han ahogado en un mar de silencio que es como una losa y al descolgar el último mural y darse la vuelta se da de bruces con decena y media de pares de ojillos que la miran medio asustados. Tan espantados como lo está ahora ella, que no hizo caso en su día cuando le aconsejaban "niña, tu quédate en primer ciclo". Y, claro, después cada año, la misma historia. El nudo gordo en la garganta, y ese susurro que se esparce entre los pupitres como pólvora mecida por un viento leve; "mira tú, la ´persa´, que se va a echar a llorar". A saber de dónde le habrán sacado el mote. ¿Acaso imaginaban que no se había enterado?

Estarán suponiendo que ya desea perderles de vista. Y en cierto modo, así es. Que pase ya como un relámpago ese instante en el que desaparecen en pelotón por la puerta y el aula se queda hueca, hundida en el absurdo, tratando apenas de retener algún eco que perdure, al menos, hasta el día siguiente. Pero esta mañana es distinto, porque no habrá más momentos como este. Y en septiembre, otros, otras, se sentarán en estos mismos pupitres y la rutina irá de nuevo solapando las ausencias.

Afuera el sol incendia la mañana y arranca del suelo una estela incolora, como la de los motores de un avión. A través de ella las formas se ven borrosas, pura ensoñación. En cuanto suene el timbre, por ese mismo patio en el que se entregaron a sus juegos infantiles hace un suspiro de años, los verá ahora alejarse con paso cansino y las maneras aún torpes de quienes transitan entre la infancia y la adultez, con las mochilas al hombro y sus voces cada vez menos atimbradas, todavía ingobernables.

Y se pregunta qué les deparará la vida. Cuánto de todo aquello que han aprendido juntos quedará implícito en sus porvenires, cuando el mundo les haya despojado de esta burbuja en la que les han procurado idénticas opciones, las mismas oportunidades. Un frágil equilibrio, provisto de guión, de una cierta previsibilidad de la que ella, hasta hoy, también ha sido artífice.

Quisiera pensar que a ellos les está reservado solo lo bueno, que no sufrirán la enfermedad, que nada les borrará la sonrisa, que hallarán justicia y que serán respetados, que les bastará el esfuerzo para alcanzar sus sueños. Ojalá funcionara así. Pero es cierto solo algunas veces, mentirijillas blancas que se dicen para fomentar el entusiasmo, aunque estos ya intuyen algo de eso. Fantasea con la idea de un puñado de médicos, pilotos, poetas y científicos en los que habitará su propio rastro en un futuro. Adultos capaces de tomar decisiones y de enfrentarse a sus propios dilemas, de seguir aprendiendo a amar, a dialogar, a reír y a llorar cuando sea necesario. Ahí va esa nueva hornada para que lo humano perdure, sea bueno o no tanto.

Sin pretenderlo se han quedado todos mirando más allá de la verja, donde queda el resto del mundo. ¿Y ahora qué?, la miran inquisitivos. Y ella, como pocas veces, no sabe qué responder, tanto como les ha predicado ya. Pues a echarle arrojo. Que buenos sois para esto, mis niños, piensa, pero no lo dice, por miedo a que se le atranque la voz entre la espalda y el pecho. Eso. ¿Ahora qué, ´persa´?, se pregunta a si misma, mientras enrolla con paciencia el mapamundi donde alguna vez fue señalando, uno a uno, todos los lugares remotos que visitaría cuando tampoco ella fuera a regresar tras el verano.

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