Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La plaga

Mientras el Govern se dedica a vender un archipiélago idílico, con playas desiertas, acantilados griegos y calas de ensueño, en Magaluf ya...

Mientras el Govern se dedica a vender un archipiélago idílico, con playas desiertas, acantilados griegos y calas de ensueño, en Magaluf ya ha empezado la juerga y algunos corren en pelotas, se emborrachan hasta la enajenación para después inaugurar la temporada de reyertas callejeras. Así pues, todo en orden. Y a todo esto, sin olvidar el trabajo sordo, silencioso y devastador de la xylella fastidiosa, que va carcomiendo árboles frutales y ornamentales, acebuches y viñas. Por lo visto, se impone una tala masiva de árboles para evitar que el bicho prolifere y nos coma las uñas de los pies. Un golpe más en la nuca del sector agrario, ya de por sí despreciado por usted y por mí, en fin, por una sociedad fundamentada en otra plaga masiva, el turismo indiscriminado. Mucho pasear, me dirán y con razón, por las barriadas de Palma y escribir sobre las caminatas, pero ni hablar de acercarme al emporio, inundarme de cerveza en la catedral de Cursach o, en fin, trasladarme al lado británico y apostar por una degradación minuciosa. En efecto, habrá que animarse y llegarse hasta el meollo del asunto, hasta el núcleo, esencia y tuétano del turismo mallorquín y despelotarse y ponerse a correr como si no existiera un final, desprejuiciado y liberado de cualquier etiqueta.

Mientras tanto, el virus fastidioso continúa con su labor de carcoma para dejarnos un solar, un yermo en el que ya no hará falta sembrar un nabo. Los agricultores peninsulares nos miran con recelo. No en vano, Baleares está catalogada como zona infectada y, por tanto, puede causar un contagio masivo en otras zonas del país. Todo un síntoma de cómo funciona nuestra economía. Un sector turístico absolutamente desbocado, cuyo colofón y guinda la ponen los culos al aire, pálidos aún de Brexit, aunque a punto de ser convenientemente braseados por la canícula mallorquina. Y, por otro lado, un sector agrícola demudado por el avance de la bacteria asesina y cuyos responsables no saben cómo frenar esta expansión. Algunos dirán, con cierta sorna, que se trata de dos plagas distintas, aunque plagas al fin y al cabo.

A ratos la isla parece exhausta, sin brillo, apaleada antes de recibir el gran aluvión de turistas que están al caer. Los expertos en contaminación aseguran que Palma ya es una ciudad polucionada sobre la que flotan residuos tóxicos. Nos hemos hartado, aunque siempre sin convicción, de hablar una y otra vez de algo llamado "turismo de calidad", pero a la vista está que hemos fracasado con estruendo. Si por lo menos hubiésemos sido sinceros y hubiéramos confesado que nuestro objetivo no ha sido otro que el turismo de masas, y dejémonos de monsergas. Pero hemos sido codiciosos y glotones y hemos pretendido engullir al exquisito y al cafre, incluso los hay que agreden a los policías y les hacen peinetas. Como en casa, vamos. Bueno, me equivoco, porque estos individuos son incapaces de actuar así en su casa. Nos consideran el retrete de Europa, tanto los que lo usan sin miramientos como los que jamás pondrían los pies en esta isla, más que nada para no sentir vergüenza patria al encontrarse a sus paisanos vomitando, peleándose a puñetazo limpio, tirándose desde el balcón de un hotel para darse de bruces contra el borde de una piscina, corriendo en pelotas en dirección a ninguna parte o masturbándose en plena calle bajo un sol descomunal y obsceno. Sí, porque el sol también puede ser obsceno.

Mientras tanto, la bacteria va haciendo su trabajo sin que nadie parezca capacitado para controlarla. La verdad es que la isla, y disculpen el previsible juego de palabras, hace ya tiempo que se ha convertido en un lugar cada vez más fastidioso. Tanto para el residente como, nos tememos, para el visitante.

Compartir el artículo

stats