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Antonio Papell

España y el cambio climático

Estamos atravesando una gran sequía, probablemente fruto del cambio climático provocado por el hombre, y cuyos efectos perturbadores son también consecuencia de actuaciones incorrectas. El gran incendio forestal de Portugal, uno de los más graves de Europa de las últimas décadas, no es paradigmático de nada pero nos ilustra sobre los efectos devastadores de la indolencia ante una situación que requiere una respuesta activa. A pesar de que Donald Trump haya lanzado la más detestable provocación en la dirección contraria: el país que más contamina del planeta se desentiende del problema que él mismo contribuye poderosamente a crear.

La existencia de un grave problema es incuestionable. La revista Sinc publicó en junio de 2016 un trabajo de la Universidad de Zaragoza que resulta inquietante. Para comprobar la evolución de las sequías, científicos del departamento de Geografía de dicha universidad han utilizado información indirecta, como el estudio de los anillos de crecimiento de los árboles, para reconstruir el clima de la cordillera ibérica desde 1694 y analizar los periodos secos a partir del Índice Estandarizado de Precipitación (SPI). Tras recoger 336 muestras y más de 45.000 anillos de crecimiento de cinco especies diferentes en 21 localizaciones de la provincia de Teruel, Los resultados, publicados en International Journal of Biometeorology, han permitido evaluar las sequías de los últimos tres siglos y revelan que los doce meses que precedieron al mes de julio de 2012 fueron los más secos de todo el periodo contemplado. "Lo que se está viendo durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI es un aumento en la recurrencia de los fenómenos extremos, tanto de años secos como de años húmedos", han concluido los autores del trabajo.

El cambio climático incide además en un planeta muy deteriorado por la acción humana. De hecho, el gran incendio portugués se ha producido en bosques de eucaliptos. Pues bien: este árbol, en sus distintas variedades, es oriundo de Australia, y llegó a la Península a finales del siglo XIX (entró por Galicia). No hace falta decir que los efectos del incendio en cuestión hubieran sido bien distintos si el territorio hubiera sido de bosque mediterráneo, que existía antes de la llegada de los árboles foráneos.

Sea como sea, la comunidad científica coincide en afirmar que España tiene que hacer un esfuerzo mayor por combatir el cambio climático. El informe anual español sobre emisiones de gases de efecto invernadero que preceptivamente ha de enviarse a Bruselas, y que se emitió en abril, pone de manifiesto que, con la actual planificación, en 2040 -el último año para el que ofrece previsiones el Gobierno- las emisiones globales del país serán 353,7 millones de toneladas de CO2 equivalente -la unidad de medidas de los gases de efecto invernadero-, 18 millones más que de lo que España expulsó a la atmósfera en 2015, el último año contabilizado. Es decir, España -uno de los países europeos más expuestos a los efectos dañinos del calentamiento- no solo no reducirá sus emisiones sino que las incrementará en los próximos 25 años.

El Gobierno de Mariano Rajoy se ha comprometido a aprobar una ley de Cambio Climático y Transición Energética, y ha habido ya reuniones técnicas y políticas preparatorias para que pueda formalizarse tal iniciativa. Pero por alguna extraña razón, casi todas las iniciativas referentes al cambio climático naufragan en los escalones políticos, como si todo fuera retórica. La realidad es que nuestras reservas de aguan están un 10% por debajo del nivel de hace un año, que esta primavera se han agostado las cosechas de casi todo, que vivimos olas de calor sin precedentes? Y que es suicida la inhibición, que parece fruto de un fatalismo secular que fía el destino a la providencia. Como mínimo habría que decir que eta pasividad no es ni científica ni racional.

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