Estaba contemplando las declaraciones de cuatro de los más cercanos exministros de Aznar, a cual más desmemoriado, a cual más ditirámbico con quien les había presentado como testigos, Luis Bárcenas. Rodrigo Rato, "el mejor ministro de economía de la historia", del que ya sabemos que no dejó el FMI por su amor más reciente, sino por ser investigado por el organismo que dirigía por sus negocios en Panamá; al que vi con la mirada perdida, incrédulo consigo y con el marco. Mayor Oreja, el meapilas del grupo, recitando con voz gangosa un letanía de olvidos sin nombre. Ángel Acebes, el fracasado ministro del interior, hecho un pincel del Ibex, contando vacuidades enfáticas. Javier Arenas, el chulo moro andalusí, gallito como nadie, enérgico en la expresión de sus jamás de los jamases sobre sobresueldos o adjudicaciones a cambio de donaciones, luciendo el grosor de la edad que llega a todo campeón. Lástima no haber visto a Aznar, el jefe, el milagro económico, la sonrisa cadaverina, el padre de Blesa, el hijo de Bush, haciendo el panegírico de Bárcenas, en vez del antiguo general secretario, Cascos, a cuya comparecencia en solitario, barrigón, premioso, de hinchados párpados, alguien la ha llamado El retorno de Fumanchú. Total, Bárcenas es un muchacho excelente y toda la responsabilidad era del demente sobrevenido, tesorero nacional Lapuerta, que por lo visto era el que mandaba en el PP y no esa reata de figurones patéticos. Y, de repente, sin solución de continuidad, me aparece en la pantalla del portátil la primicia de Diario de Mallorca en la que sale una testigo, apaleada por dos supuestos sicarios, largando sobre las orgías de Rodríguez y Gijón financiadas, ¡cómo no!, por Tolo Cursach; y sobre el jefe de policía auspiciado por el PP, Antonio Vera y sobre el oficial Mut, recibiendo sobres con billetes de 500 del empresario Miguel Pascual, Pallisa.
Sabíamos desde hace mucho de las aficiones puteras de algunos de los factótums del PP. Afición que comparte mucha gente, no solamente del PP, de todos los pelajes. Y ha habido épocas de acusada represión sexual en que acudir a la prostitución era un recurso normal. No era afición para enorgullecerse, excepto entre varones especialmente esclavizados por lo sicalíptico y lo zafio. Pero eso sí, cada uno se lo financiaba de su propio peculio. La primera señal pública de que en materia de costumbres licenciosas se empezaba a romper con la tradición franquista o suarista de pagar uno mismo su inclinación con despampanantes señoritas a la madame Claude de la calle Conquistador, nos la dieron los esforzados miembros del gobierno del PP que acompañaron a Matas a Moscú. Allí, en el puticlub Rasputín, inauguraron la nueva fase con Natashas pagadas con fondos públicos. Se sentían tan impunes que adjuntaron las facturas, ¡en ruso! No contaron con que los periodistas de Diario de Mallorca se afanarían en conseguir su traducción, los muy cabrones.
Lo de ahora, que es lo de los últimos veinte años, es mucho peor, pues si bien lo anterior afectaba a la corrupción personal, lo relatado por la testigo, si se diera finalmente por probado, se acumularía a todo lo que ya sabemos sobre la corrupción de los barandas del PP y de la policía local y de algunos funcionarios de Palma, ofreciendo un panorama que ni en las peores pesadillas uno podría haber imaginado. Lo de Vera, un hombre impuesto como jefe de la policía por el PP, por Rodríguez, que era quien mandaba en Palma cuando Fageda era el alcalde, y quien mandaba mucho cuando era Cirer la alcaldesa, y quien seguía mandando a través de Gijón cuando quien mandaba era Isern (quien habría participado en una reunión con Rodríguez para planificar una policía infectada de PP), era de presumir. Pero lo de Mut, un licenciado en filosofía que había obtenido el puesto por oposición libre, prueba hasta qué punto el mando y el poder liberan la corrupción larvada en cada individuo, sea funcionario o político; y el corolario de que no se puede confiar en los individuos para minimizarla, sino en la división de poderes entre las instituciones, en fiscales independientes del ejecutivo.
Pero lo nuclear no es que el PP haya pretendido, de forma ilegal y torticera, una policía del PP, arramblando con leyes y normas; no lo es siquiera la existencia de funcionarios corruptos; no lo es que supuestamente Gijón y Rodríguez compraran o consumieran cocaína; no lo es que, supuestamente, protagonizaran orgías sexuales de las que se han conocido detalles sórdidos que excitan la imaginación, como que dejaran inservibles los colchones utilizados. No, lo nuclear es la conjunción entre la colonización corrupta de la administración por el PP y haberla puesta, cobrando, al servicio del hampa de la noche. El PP, a través de los hombres que arropa entre sus filas y que le representan en las instituciones, como Gijón, para los que exige la presunción de inocencia, puso al ayuntamiento de Palma al servicio de Cursach, de empresarios como Pascual, de forma que ha arrumbado con las ordenanzas municipales, con las leyes, con la libre competencia y con todos los principios que dice defender. En Palma ha habido alcaldes y alcaldesas de día, Fageda, Cirer, Calvo, Isern. Y un alcalde de noche, Cursach. A cambio, poca cosa, sobres con billetes de 500, orgías de a 36.000 euros, el disfrute de las regalías del poder para unos sinvergüenzas, y una ciudadanía humillada. Como ha dicho Rajoy, unos casos aislados.