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Desconfianza

La palabra adecuada para definir el estado de ánimo de las sociedades occidentales es desconfianza. Desconfianza en el sistema establecido, en las propuestas rutinarias (o en sus simétricas), en la clase política, incluso en el propio sistema de representación. El Brexit fue la respuesta airada de la ciudadanía británica a un falso dilema que unos y otros plantearon para sacar provecho particular. La elección de Trump fue el grito desgarrado de una sociedad harta de artificialidad, en que unas elites tomaban decisiones a sus espaldas. Los resultados españoles en las elecciones generales de 2015 y 2016 fueron la respuesta de la gente a la incompetencia de los partidos tradicionales. La elección de Macron que posterga a la derecha y a la izquierda de siempre, pero también a los vociferantes de extrema derecha y de extrema izquierda, es la bofetada de la opinión pública a una gran hipocresía con numerosos actores. En definitiva, ya no son las ideas las que marcan la pauta sino las creencias, las opiniones y los juicios de valor. Los sistemas establecidos han perdido su credibilidad, por lo que lo inteligente sería reformarlos antes de que el populismo haga más estragos. De hecho, deberíamos recurrir más a la sociología que a la política para dictaminar lo que nos pasa y poner remedio a este desapego que todo lo invade y que nos deja en manos de la más absoluta arbitrariedad.

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