Miren ustedes, se podrá decir de los de Podemos madrileños muchas cosas negativas, pero en modo alguno deberá incluirse entre las criticas la de no ser divertidos. Dos son las últimas gracietas con las que intentan dar lustre humorístico a la ya desmadrada vida política de esta supuestamente llamada "tierra de conejos"; la primera es esa de pintar los semáforos con iconografía homosexual, figuritas, como se ha dicho, que representan a mujeres, con falda y cogidas de la mano; vaya por delante que soy firme defensor de la libertad en el ámbito sexual y fervoroso creyente que lo que se les ocurra llevar a cabo a las personas, de cintura para abajo, siempre que se trate de adultos y en ejercicio de su libertad y privacidad es asunto solamente de ellos y de nadie más, pero es que esas veleidades abren todo un ámbito de aplicación igualitaria de esa especie de publicidad luminosa, en una ámbito que debiera preocuparse más en la seguridad a través del tránsito de los peatones que de hacer patente cuáles son sus intencionalidades para aquella noche para con su pareja. De tal forma habrá que ver si también aparecen otras figuritas representativas de la morfología, tendencia sexual y psicología de otros transeúntes; será de justicia poner figuritas de niños, acompañados a no por sus padres; o de extranjeros con sandalias y cámara, acompañados o no por sus parejas; de gordos, de flacos, de altos de bajos; podrían ponerse ilimitados ejemplos. Pero no se nos negará que en pos de la igualdad entre ciudadanos, habrá que representar en los semáforos de la Villa y Corte, a todos los que tienen unas determinadas tendencias sexuales o incluso a los que, aparentemente como los curas, no deben mantener ninguna; por no hacer patente la discriminación que sufren desde ahora los ciudadanos de condición no heterosexual que no andan pero si conducen por las calles de Madrid; para ellos no hay semáforo igualitario.

En Berlín se puede saber en qué parte de la antigua dividida ciudad de posguerra se halla el visitante examinado los semáforos de peatones, aquellos en los que el hombrecillo representado (el Ampel Man) lleva sombrero indican que se está en la parte este de la ciudad, por el contrario los que no muestran prenda de cabeza informan que se está en la parte occidental de la urbe; habrá que averiguar en qué zonas se ubican los semáforos en Madrid, aunque solo sea a meros efectos geográficamente orientativos.

La otra ocurrencia es esa del "Despatarregate". Lo primero a lo que hay que hacer mención es eso de acudir al idioma del bardo de Straford para definir el asunto; la vocera de la vertiente política "imaginante" de la medida, en el ayuntamiento madrileño, se refiere ello como mans spreading, sin manifestar nada cuando spreading fact pueda ser llevado a cabo por algunas de las figuritas no masculinas que se ven desde ahora en los semáforos madrileños.

Tal parece que el asunto va más por aquello de la ocupación del espacio de otros usuarios del espacio de los transportes públicos, y vaya por delante que si ese el objetivo a conseguir, tienen mi simpatía; sin embargo, si tal es, ese problema deberá también alcanzar a la ocupación que realizan no pocas personas que utilizan el transporte colectivo, sean man o woman, por el solo hecho de la amplitud, en ocasiones ocupante de amplios territorios, de la zona en que finaliza la espalda, resultado que se consigue, para presión de los demás sedentes, sean estos hombres u mujeres, sea cual sea la posición de las piernas del/de la ocupante; ¿Qué hacemos con esa ocupación desmedida del espacio de asentamientos públicos?

Hablando de ocupaciones corporales: ¿qué hacemos con aquellas ocupaciones aromáticas que también suceden en los medios de transporte público? Ya saben: aquellos aires sobaquiles y de demás partes recónditas del humano organismo, ayunos de jabón y agua, y que en no pocas ocasiones hacen añorar a los pasajeros de aquel momento el no tener sentado a su lado a un hombre con las piernas despatarradas pero sin olores añadidos.

No me digan que no tienen su gracia ambas iniciativas. Ya lo decía Alfredo Landa: el sentido del humor consiste en saber reírse de las propias desgracias. Y desgracia es que se emplee el tiempo de los que debieran preocuparse y ocuparse en resolver el día a día de los ciudadanos en tonterías (lo siento no encuentro otra definición a ambos chistes) que no conducen a mejorar el día a día de la ciudad pero si al ridículo y al regocijo del vecindario; y prefiero no entrar en lo que se habrán gastado en las dos iniciativas. Y bien que lo siento por mis amigos madrileños.

Si los ediles madrileños me permiten un consejo, les indicaría que mejor copien la normativa existente en algunas ciudades, como la de Singapur, en cuanto a la provocación de la suciedad urbana, en la cual se multa en unos 249 dólares, el tirar un chicle al suelo, 2.941 dólares el dejar en la calle una deposición de un perro o incluso se multa con 29 dólares al peatón o peatona que cruza la calle indebidamente, vaya aquel de la mano con otro peatón o no. Eso sí sería graciosamente útil.

* Abogado