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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Aprovecha el presente

Los temas que se debaten en el Congreso y llenan los tuits enfurecidos que difunden las redes sociales no preocupan para nada a la mayoría de la población

Evidentemente, el cambio climático es un bluff inventado por unos cuantos científicos a sueldo de los ecologistas, como cree el bendito Donald Trump. El pasado fin de semana, a las once de la noche y a menos de cincuenta metros de la playa, estábamos a treinta y pico grados. Ni una ráfaga de brisa, nada más que un calor pegajoso que me recordaba aquel poema de Robert Graves sobre el siroco en Deià: ese calor que hace enloquecer a la gente y afila las malas lenguas y las difamaciones envidiosas e incita a los cuchillos a consumar sus crímenes. Y eso que el verano no ha empezado aún.

Pero lo más curioso de todo es que el ambiente que percibí no era envidioso ni rencoroso, sino más bien todo lo contrario. La gente hablaba de los planes para las vacaciones que se acercan, de amoríos, de viajes pendientes, de cervezas artesanas, de cotilleos más o menos malvados, de chismes del trabajo. No oí a nadie hablar de la plurinacionalidad -el día que un grupo de amigos hable de la plurinacionalidad mientras se toma una cerveza habremos alcanzado el punto de no retorno de la estupidez humana-, pero la gente tampoco hablaba del calor insoportable, como si se hubiera acostumbrado a soportarlo o como si ya lo diera por irremediable. Quizá, en el fondo, la gente sabe que no hay forma humana de ponerle remedio al cambio climático en un mundo habitado por siete mil millones de personas (que ahora quizá ya sean ocho mil millones), así que procura vivir lo mejor posible mientras pueda permitírselo o mientras sea posible una cierta alegría de vivir. Todos, de una forma u otra, aceptamos la máxima del carpe diem e intentamos vivir al día sin pensar demasiado en el futuro. Horacio lo expresó de forma inmejorable hace ya veinte siglos, mientras bebía vino con una amiga a la que llamaba Leucónoe, no sabemos si real o inventada: "Mientras estamos hablando/ se escapa envidioso nuestro tiempo./ Aprovecha el presente/ y confía poco, muy poco/ en lo que está por venir". Me pregunto cuántos votos conseguiría Horacio con estos versos, si alguien los presentara alguna vez en una moción de censura o en un programa electoral.

Lo que está claro es que los temas que se debaten en el Congreso y llenan los tuits enfurecidos o sarcásticos que difunden las redes sociales no preocupan para nada a la mayoría de la población. Ni siquiera la corrupción, con ser un asunto peliagudo y que irrita muchísimo a todos los que lo están -lo estamos- pasando mal es un tema que quite el sueño a nadie. En realidad, el ciudadano es fatalista y sabe que el ser humano es corruptible y que el poder -o el ansia violenta de ocupar el poder- saca a flote el lado más sórdido de la condición humana. Y si no roban unos, roban los otros, como se ha demostrado en este país en el que todos los partidos que han ocupado el poder durante más de diez años seguidos se han puesto las botas con casos repugnantes de corrupción. Por supuesto que ha habido excepciones y políticos honrados -es una falacia perversa creer lo contrario-, pero el poder es venal y corrupto por naturaleza. Y por mucho que haya candidatos y políticos que se crean en posesión de un indestructible antivirus moral, la gente de la calle suele ser bastante escéptica, sobre todo cuando la economía mejora y muchos se pueden tomar una cerveza cerca de la playa. Y ni siquiera preocupan los insoportables treinta y pico grados a las once de la noche, ni todo lo que eso significa en términos de habitabilidad del planeta.

No sé si esto es bueno o malo. Desde luego, el desinterés y el escepticismo generalizados no ayudan a mejorar la vida pública, sino más bien todo lo contrario, pero también es verdad que ningún ser racional podría vivir las veinticuatro horas del día obsesionado por los asuntos que obsesionan a nuestros políticos. Y si existe alguien así, seguro que ya ha perdido el juicio y necesita con urgencia una camisa de fuerza. Por desgracia, nuestras redes sociales están llenas de gente así de resentida y furiosa. Pero al mismo tiempo, y por fortuna, esa gente no abunda en los cafés ni en las terrazas de verano, ni mucho menos en los supermercados ni en los hospitales. Y en todos esos lugares quien impone su razón es el viejo consejo de Horacio: "Aprovecha el presente, atrapa el día, y confía poco, muy poco, en lo que está por venir".

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