Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Meditación ante la catedral

Si a usted se le ocurre darse una vuelta por las inmediaciones de la catedral en hora punta, es decir, en las horas de máxima audiencia turística, no se desespere. Probablemente, usted ya conozca los atascos en la carretera o en la autovía que asfixia Palma. Sentado en el interior de su utilitario, con o sin aire acondicionado, se ha visto obligado a reducir las marchas hasta alcanzar una velocidad de oruga. Puede que el sol apriete y su brazo esté ya tostado. Son momentos de gran importancia, pues es ahí donde uno puede demostrar su capacidad de aguante o las lecturas de los clásicos. Ahora bien, existe otra clase de atasco monumental, y nunca mejor dicho, pues suele producirse en los alrededores de la catedral. Si antes había alguna que otra cafetería, ahora éstas han sido sustituidas por los negocios de souvenirs. Y aquí es cuando uno se percata de la dificultad, incluso imposibilidad de poner un pie delante del otro. Literalmente, uno se halla engullido por la masa turística y, por supuesto, lo más recomendable es amoldarse al paso, pues tratar de romper con mal humor y paso rápido ese cuerpo homogéneo es del todo inútil. De esta manera, uno puede jugar a ser turista de aluvión en su propia ciudad. Y no un turista distinguido, sino uno de esos turistas que se dejan conducir y guiar por un paraguas de color chillón y al son de una voz estentórea que va narrando alguna que otra barbaridad y relato descacharrante sobre la historia y la intrahistoria palmesana. En fin, sólo se trata de sacar a relucir nuestra cara de bobo o de enajenado, y a verlas venir.

Mientras la procesión avanza con paso cansino, disponemos de tiempo para meditar, para preguntarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos, para pensar en cómo resolver cierto problema que nos reconcome, en fin, para ver la película de nuestra vida. Es éste un experimento muy aconsejable para quienes sientan cátedra desde sus azoteas o atalayas. De vez en cuando, durante este interminable periplo por las callejuelas de Palma, y bajo la sombra imponente que proyecta la catedral, uno puede deleitarse con el intenso y familiar aroma que dejan las boñigas de los caballos y, sobre todo, con la poca o nula atención que prestan los turistas a lo que, se supone, están viendo sus ojos cada vez más reacios a la admiración. De algún modo, si usted observa a ese turista que se deja guiar, llegará a la conclusión siguiente: la mayoría de ellos no querría estar ahí. Sacan fotos como quien estornuda. Sin pasión, sin sentido. Por supuesto, hace ya tiempo que la fotografía, en general y salvo benditas excepciones, perdió su aura. Cuidado, la desacralización no está mal, lo triste es la inmensa banalización de todo esto. Pero no nos vayamos muy lejos ni pequemos de elitistas, faltaría más, y sigamos inmersos en este nutrido grupo de obedientes y mansos turistas que sigue al paraguas del guía pastor. Las prácticas de meditación y los ejercicios de respiración tienen que servir, precisamente, para evitar que caigamos en la desesperación y para no abandonar a las primeras de cambio este experimento callejero. Benjamin ya nos advirtió que una de las experiencias más didácticas y enriquecedoras era la de saber perderse en nuestra propia ciudad. Como quien dice, esa extraña capacidad de desorientarse adrede. Sin duda, este ejercicio de desaparición individual en la masa y sometidos al paso lentísimo y caprichoso de los turistas, nos revela alguna que otra verdad: que somos poca cosa.

Pero dejémonos de filosofía barata, que el calor aprieta y el sudor empieza mezclarse con el ambré solaire y la combinación, ya saben, es siempre ganadora. Así pues, es hora de romper filas.

Compartir el artículo

stats