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Gran democracia

La gran democracia americana, que ha cumplido más de doscientos años, está cargada de defectos (ya se sabe: la democracia es el peor de los sistemas, a excepción de todos los demás), pero ha demostrado en su bisecular trayectoria una capacidad de regeneración y de rectificación que confirma a las claras que el modelo es insustituible. En esta ocasión, la elección de Trump (por un fallo manifiesto en el sistema de partidos: los republicanos fueron incapaces de mejorar una elección evidentemente equivocada) nos desconcertó, porque parecía que el populismo había sido capaz de vencer a la racionalidad, de deteriorar unos principios esenciales que no son prescindibles. Y sin embargo, estamos viendo con admiración como el sistema está reaccionando, como los excesos del atrabiliario personaje que se ha adueñado con trampas de la Casa Blanca están poniendo en duda su continuidad.

La decisión del fiscal especial Robert Mueller de investigar si Trump cometió un delito de obstrucción a la justicia al impedir que el director del FBI James Comey investigase la "trama rusa" se superpone a otras actuaciones indagatorias sobre los ingresos del ciudadano Trump provenientes de sus negocios en países con los que lógicamente mantienen relaciones los Estados Unidos; parece claro que existe cierta incompatibilidad en esta doble vida pública y privada. La sombra del impeachement se cierne sobre Trump. Y se extiende la convicción de que en la gran democracia americana nadie puede esperar alguna forma de impunidad.

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