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Daniel Capó

Alma contraria

Cuenta la leyenda que, poco antes del crack de 1929, el magnate estadounidense John D. Rockefeller decidió vender todas sus posiciones en bolsa debido a un comentario de su limpiabotas, que le explicó con todo lujo de detalles cuáles habían sido sus últimas -y exitosas- inversiones. Esta anécdota, seguramente apócrifa, sirve para ilustrar una máxima que ha aplicado con rigor otro mago de las finanzas: el multimillonario de Omaha, Warren Buffett. Para Buffett, "hay que ser codicioso cuando todo el mundo tiene miedo y prudente cuando todo el mundo es codicioso". Esta lógica inversa -comprar cuando todos quieren vender y vender cuando la gente está deseosa de comprar- es la misma que - se non è vero, è ben trovato- intuyó Rockefeller en las palabras de su limpiabotas: conviene ser precavidos cuando la burbuja se hincha de nuevo.

Por supuesto, la bolsa europea actual no se encuentra sobrevalorada en su conjunto, a pesar de las notables subidas de este último año. El temor político a la ruptura del euro o a la irrupción populista en los gobiernos, además de las dudas sobre la salud de los bancos, han pesado a la baja durante demasiado tiempo como para que la confianza regrese definitivamente a los mercados, sobre todo en lo que concierne a los sectores más castigados -léase las empresas financieras, la construcción o las inmobiliarias-. La caída general del precio del crudo, así como los efectos de las nuevas tecnologías, han dañado también los resultados del sector energético, que cotizan todavía lejos de sus máximos. La economía respira al compás de la confianza, la cual -después de la crisis de esta década- dista de haberse recuperado en nuestro continente. La bolsa sube y ha subido; y, al igual que mejoran los resultados de las empresas, se vuelven a vender casas y otra vez se crea empleo. Pero, al menos aquí en Europa, difícilmente se puede decir que estemos inmersos en una borrachera bursátil.

Sin embargo, empiezan a surgir algunos nubarrones en el horizonte, que nos alertan sobre la necesidad de ir siendo más cautelosos. Y uno de estos motivos es la presión que el pequeño ahorrador -por lo general, poco formado- siente hacia la compra de fondos de inversión y productos similares. El apetito por el riesgo aumenta en la medida en que los bancos no pueden ofrecer alternativas mínimamente rentables a unos tipos de interés deprimidos, por lo que canalizan su oferta hacia los fondos de inversión que -ya sean más o menos conservadores- se caracterizan, en el caso de la banca española, por sus altas comisiones y, generalmente, por sus magros resultados.

Invertir a largo plazo en bolsa debería formar parte de la cultura del ciudadano medio. Permitiría que muchos pequeños ahorradores se beneficiaran del crecimiento económico global y, al diversificar el riesgo, ayudaría a que se protegiesen ante la pérdida de poder adquisitivo. Pero, lógicamente, la inversión en bolsa exige una labor didáctica previa muy importante, un conocimiento profundo del producto que se adquiere, de las posibles comisiones más bajas y una paciencia inusual. Ya es un lugar común afirmar que el español medio ahorra poco -entre otros motivos, porque los salarios son bajos para el coste de vida- y mal -en productos no muy rentables-. No dudo que sea así; por eso, cuando en mi sucursal bancaria me ofrecen el enésimo fondo, suelo recordar siempre la anécdota de Rockefeller y las palabras de Buffett. Y me digo: "Conviene ser cuidadoso; no sea que, sencillamente, vayas a entrar cuando lo que deberías hacer es salir".

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