Querido Ignacio: espero que me permitas dirigirme a ti de esta forma tan personal, pero con el permiso de los tuyos me gustaría poderme llamar amigo tuyo, aunque solo fuera por el egoísmo de acercarme a ti para que algo de tu personalidad se quedara pegado a mi carácter. Leo y releo lo que dicen voceros periodísticos de tu comportamiento y cada vez me provoca la misma sensación de subidón que te proporciona el privilegio de saber que perteneces a una especie que da seres como tú, aún cuando no todos tengamos tu resolución. Todos podemos ser como tú, todos deseamos ser como tú, solo hay que quererlo.

Al principio pareció explicación simple y plausible el acudir al valor: hay que echarle valor para hacer lo que hiciste, pero no creo que sea explicación suficiente ni mucho menos ajustada a tu intención. El valor es algo no demasiado inhabitual, que suele reducirse a aquello de "echarle un par", aún cuando creo que va más en el sentido de tener miedo por lo que te amenaza y a pesar de ello, seguir adelante. Parece sencillo, pero creo que había algo más que impulso a actuar así aquella noche.

Comprenderás que dentro de mi normalidad me haya preguntado un sinfín de veces cuál es el resorte mental que hace que una persona reaccione como lo hiciste tú, seguido de la más complicada cuestión: ¿haría yo lo mismo? Así, con desapego de ti mismo. En tu caso más pareciera que el valor en ti no fuera solo virtud sino mera necesidad vital.

Dicen que para defender a otro ser humano que se hallaba en trance de perder su vida te lanzaste sobre aquel que no mereciera poseerla, aquel que con tanta ingratitud para la propia busca arrebatarla a sus semejantes. No, no es así, quiere arrebatársela a quienes no son ni por asomo parecidos a él, pero creo que esas informaciones no son del todo correctas. Tus armas eran otras, mucho más potentes que un trozo de metal y madera. Quizá el valor, por ventura la solidaridad, pero creo que tu mejor virtud tu mejor armadura, contra la que no hay ataque posible, fue la de estar imbuido de un espíritu generoso, de esos que en un momento dado se hacen patentes en la vida de algunos y que ordenan desde muy adentro "hay que hacer algo". Y así, simplemente, se hace lo que hay que hacer y ya está.

Como te decía, no conseguía comprender cómo habías conseguido reunir los redaños suficientes para ir hacia adelante cuando lo prudente, lo sencillo, lo inteligente era correr en dirección contraria. Pero estos últimos días he tenido el privilegio de escuchar en alguna radio las palabras de tu padre, siempre templadas y cargadas de sosiego, que apenas dejaban adivinar la angustia que debía estar atormentándole en aquellos instantes, y luego he podido ver en los noticiarios a tus hermano y a tu hermana. Y claro, he comprendido rápidamente de dónde provenía tu gallardía, tu empuje, tu resolución. No fue flor de un día, valor de un momento, no fue pura casualidad. Tú has bebido de aguas adecuadas, cargadas de esos genes calmadamente resolutivos que se ven también en tu padres y en tus hermanos. La misma serenidad, la misma templanza que veo ya claramente detrás de tu actitud y sobre todo en tu aptitud. Qué poco extraña después de todo ello el observar ese puntito de orgullo que se percibe en tu hermana cuando dice que algo triste se ha convertido en algo bonito, pues bello tiene que ser poder sentirse agraciado con haber compartido ratos y momentos con alguien como tú, quizá olvidando la evidente semejanza entre vosotros.

De todo corazón pienso que los homenajes, las medallas o lo que sea difícilmente te harán justicia, porque resulta que tú te nos has adelantado. Tú, con tu vida toda, pero sobre todo con ésta última aventura con tu monopatín no has hecho a todos los demás el homenaje, pues homenaje es que nos hayas recordado que en ocasiones lo único que importa es hacer lo apropiado, lo justo, sin considerar las consecuencias. Dicen que hay personas que pasan por nuestras vidas de forma fugaz, como un cometa, como un meteorito, pero dejan al tiempo la brillantez de un imborrable recuerdo.

Ahora dicen que te has ido, montando un monopatín sin ruedas como el del protagonista de Regreso al futuro, pero tampoco me lo creo. Estoy convencido que nadie se va del todo mientras siga viviendo en el recuerdo de los demás. Así que por mi parte puedo asegurarte que mientras yo viva, tú vivirás. Ya sabes Ignacio, aquí tienes un amigo para lo que necesites. Yo por mi parte, y con tu ayuda, procuraré parecerme a ti, aunque solo sea un poquito cada día. Gracias hermano.