Diario de Mallorca

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Mujer. Siglo XXI

Ashley Graham ha confesado que se siente gorda. La modelo estandarte de las mujeres con curvas no puede evitar del todo la presión que ejercen los estándares de belleza actuales. Vaya por delante que, como mujer, me siento mucho más identificada con ese cuerpo y sus imperfecciones que con las portadas de revista de Kate Moss. Es cuestión de preferencias, supongo. Soy heterosexual. Pero si me gustaran las mujeres me atraería mucho más Claudia Cardinale, Anita Ekberg o Marilyn Monroe que Audrey Hepburn. Sin que eso signifique que no aprecio ni valoro la belleza de su cara angelical o su inigualable elegancia. Es algo habitual que muchos de los hombres con los que hablo compartan este punto de vista. No obstante, luego se van con las más delgaditas. Ése es sólo uno de los múltiples mensajes que muy probablemente han calado en Graham y que provocan sus inseguridades, aunque sea un bellezón.

Les cuento esto porque he estado dos semanas de viaje en Grecia. Sola. 'Ten cuidado' es la frase que más he tenido que escuchar. No es 'pásatelo bien' o 'disfruta de las vacaciones'. Es una advertencia. Si vas sola, algo malo puede ocurrirte. Y, oigan, lo puedo entender de mis padres, pero una ya es mayorcita. ¿Cuidado con qué? Enfrentarse a un baboso que solamente te mira el culo en un souvenir de playa al que has entrado a comprar agua es igual de desagradable en Rétino que en Cala Rajada. Responder que no es asunto suyo cuando te pregunta cuántos días vas a quedarte en el hotel de enfrente -que es el tuyo- se hace igual, sólo que en distinto idioma.

Tengo muchas amigas y conocidas. Muy pocas de ellas viajan solas. Se observa aún como un fenómeno extraño. 'Vaya, así que eres una aventurera'. No. Sería una aventurera si me metiera en la selva con los leones. Sola o acompañada. Ir a ver el Partenón, el palacio de Cnossos o las puestas de sol en Santorini no tiene nada de aventura. Otra, en este caso de una encantadora señora que regentaba un aparthotel, que al despedirse me dijo: 'A ver si vuelves otra vez, pero con un novio'. 'O no', fue mi respuesta. Como si en ese viaje me faltara algo. Como si para irme necesitara a alguien que me lleve de la mano o se preocupe de hacer las cosas por mí. Como si una no estuviera ya completa para ser libre y viajar cuando y donde le plazca sin depender de nadie.

Viajar sola te hace conocer mucho mejor los lugares y a las personas. Entablas más relación con el entorno al no tener una compañía fija. Te permite charlar con canadienses que te invitan a su casa o chinos que se pasean por el mundo intentando comprar recuerdos que no sean Made in China. Hablas horas con camareros que te regalan licores típicos o te cuentan que a Creta ya están llegando turistas que se quejan de la masificación de Mallorca. Sí, somos exportadores de guiris que no soportan tampoco estar un verano aquí en las condiciones actuales. Me apostaría mi sueldo a que esas cosas no me habrían pasado viajando en pareja. Y claro que a veces apetece compartir la belleza de lo que se está viendo, pero -afortunadamente- para eso hoy existen las redes sociales.

Les pido un favor: dejen de preocuparse. Por la celulitis ajena y por las mujeres que en el siglo XXI hacemos la maleta sin compañía. Seguramente, muchos de quienes lo hacen no tendrían las agallas suficientes de pasar 15 días consigo mismos. En este mundo lleno de actividad e hiperestimulación, en el que constantemente estamos haciendo cosas y ocupados en mil tareas, muy pocos soportarían el silencio de su propia compañía. Porque te acabas diciendo verdades. Y, créanme, la sinceridad está sobrevalorada. A nadie le gusta que le pongan un espejo delante. Ni que le comenten lo que muchos piensan, pero no se atreverían a decirles a la cara.

Coger un billete de avión para uno no significa estar libre de inseguridades: quiere decir que se tiene el coraje de hacerles frente. Cualquiera que sea capaz se desenvolverá mucho mejor solo en la otra punta del mundo que quienes se permiten dar consejos sin salir de su zona de confort. Los comentarios paternalistas únicamente refuerzan los titubeos. Ya no espero que -por edad- la señora del hotel deje de pensar que mis vacaciones serían mejores con un novio. Pero, saltándome mi propia regla, permítanme una recomendación: eduquen a sus hijas para que viajen solas. Para que asuman la responsabilidad de decidir por sí mismas lo que quieren hacer con su vida, con o sin marido e hijos. Para que sean libres para hacer lo que quieran, cuando quieran y con quien quieran. Para que determinen que lo único imprescindible para salir de vacaciones es un buen libro en la maleta. Sólo así la compañía es elección en lugar de necesidad. Y ahí radica una parte importante de la necesaria lucha feminista y contra la violencia en la pareja.

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