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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Cinco playas sin perros

El poder siempre superará en sentido del humor a sus críticos. De hecho, la mejor definición del gobierno es la capacidad de reírse abiertamente de los súbditos sin arrostrar las consecuencias. Verbigracia, la autoridad anuncia ahora con pífanos que "Cinco playas de Balears admiten perros este verano". Sin embargo, los usuarios preferentes de los arenales saben que han de compartir su descanso con seres humanos a lo largo de todo el litoral, sin excepciones. El titular más correcto y consolador sería "Cinco playas de Balears no admiten perros este verano".

Conviene aclarar que en ningún momento se pretende concluir que un perro sea menos civilizado que su dueño. Sin embargo, la presuntuosa restricción de las mascotas a cinco playas aspira a ocultar la evidencia de que los canes campan a sus anchas por la costa. A menudo con la temporada bien entrada, y en los horarios utilizados por los malditos humanos. Por supuesto, cualquier recordatorio sobre la limitación de uso le costará a su autor un mordisco del dueño del animal.

Cinco playas sin perros supondrían una discriminación intolerable, pero también un cambio respecto a la situación actual. Abundantemente, los apóstoles de obligar a los turistas a compartir la arena con los catabolismos de sus mascotas son los mismos que se enfurecen cuando se formula una crítica contra la explotación turística excesiva. La playa se ha urbanizado, impera la filosofía del chiringuito. La comercialización del último grano de arena la iguala a ciudades donde se considera el colmo de la sensibilidad que sus barrios estén completamente orinados por canes. En realidad, el colapso mallorquín daría la bienvenida al titular "Cinco playas de Balears admiten seres humanos este verano". En el bien entendido de que no queremos ni insinuar que una persona deba disfrutar de los mismos derechos que una mascota. De hecho, la desigualdad económica se zanjará el día en que defendamos los derechos de las personas como si fueran perros, una equiparación que no nos podemos permitir.

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