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Antonio Papell

El populismo y las mociones

Tras el experimento fallido de la moción de censura contra Cristina Cifuentes en la Comunidad de Madrid, en la que el partido de Pablo Iglesias trató de colmar sus objetivos de publicidad y propaganda que se había marcado, la expectación sobre la moción de censura contra Rajoy que se celebrará este martes es perfectamente descriptible, y apenas versa sobre la capacidad que demuestre el líder populista para disimular su verdadero afán, que es convertirse en el taumatúrgico capitán de todas las izquierdas, sin conexión alguna con la realidad de las estructuras políticas en que debe desenvolverse.

El PSOE, lógicamente, muestra escaso interés por la moción, en la que se abstendrá. El portavoz socialista in pectore, José Luis Ábalos, ha recordado que Iglesias tuvo el mal gusto de proponer la moción cuando el PSOE, desgarrado internamente, estaba resolviendo sus primarias (Iglesias convocó una manifestación, que acabó siendo un fiasco, la víspera de las elecciones internas socialistas). Con toda evidencia, el hábil Iglesias se proponía con aquella estrategia poner en un compromiso a Susana Díaz, y adueñarse de paso de todo el espacio que la lideresa andaluza hubiera dejado a su izquierda de haber ganado las primarias, según el pueril análisis del líder de Podemos. Pero los hechos fueron bien distintos, y hoy la moción, se quiera reconocer o no, queda como un abalorio excéntrico colgado del firmamento político, sin otra utilidad que la meramente decorativa. Porque una moción de censura, según el ordenamiento constitucional español -el célebre "modelo alemán"- es constructiva, esto es, no solo sirve para derribar un gobierno sino también, y sobre todo, para entronizar a otro nuevo.

Gaspar Llamazares, antiguo coordinador general de Izquierda Unida, actualmente dirigente de su organización en Asturias y personaje ilustrado de la izquierda, está ahora auspiciando "Actúa", una plataforma de intelectuales y políticos de dicha tonalidad política, y ha tenido palabras muy duras sobre el experimento narcisista de Iglesias. "Una moción de censura no se presenta: se construye -ha declarado Llamazares-. Y la [moción] de Unidos Podemos tiene un déficit de construcción importante. La moción es un proceso constitucional que significa un programa y un candidato alternativo. Aquí no hay un programa negociado con nadie". En definitiva, la plataforma en cuestión propone una alianza "a la portuguesa" -es decir, un gobierno soportado por toda la izquierda-, aunque en España, más que alianza progresista, hay que proponer si acaso alianza regeneradora, ya que "no hay en este momento una mayoría progresista en España". En otras palabras, según ese sector de la izquierda, una aventura de esta clase no debería desdeñar la posibilidad de contar con Ciudadanos, una formación liberal que, después de todo, ha conseguido en la práctica algunos éxitos meritorios en la lucha contra la corrupción.

A nadie se le escapa que la reconvención de Llamazares y el grupo que lo arropa contra Iglesias contiene, a modo de derivada, una crítica histórica a la negativa de Iglesias a apoyar un gobierno PSOE-Ciudadanos tras las elecciones de 2015, que hubiera supuesto el paso del PP a la oposición y una oportunidad clara de regeneración y extirpación del fenómeno de la corrupción, que todavía no ha sido erradicado del todo. Ahora sabemos que aquella negativa de Iglesias tenía el mismo origen que la moción de ahora: la estricta conveniencia de Podemos y el autobombo del líder, que ahora quiere la notoriedad y entonces aspiraba a la primacía, al sorpasso, que los electores le negaron.

Por suerte, la sociedad española es muy sutil e intelectualmente desarrollada, y distingue a la perfección los argumentos de la demagogia. Por lo que estas mociones intempestivas y puramente exhibicionistas contribuirán a confinar a Unidos Podemos en la extrema-izquierda, en lo más excéntrico del espectro. Es decir, en la irrelevancia.

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