El avión está a punto de aterrizar en el aeropuerto de Dulles. Han sido muchas horas de vuelo, pero estoy tan contenta de volver una vez más a esta ciudad, que todo lo doy por bueno. Nunca pensé que Washington DC pudiera aportarme algo diferente, algo que pudiera enamorarme, que me hiciera sentir alguna emoción destacada, mas allá del ejercicio de la responsabilidad de asistir a un Congreso en su sede. Sin embargo es así y siento un pinchazo de emoción en el estómago, es la alegría de saber que he vuelto a una de mis ciudades preferidas.

? Washington DC es para mí la ciudad de los monumentos conmemorativos. La ciudad de la memoria. Cuando me la dieron a conocer hace más de una década -mediante un montón de visitas a esos monumentos- no entendí nada. Lo que vi, entonces, fueron bunkers de hormigón más o menos parecidos unos a otros. Solo me interesó el monumento conmemorativo a Martin Luther King Jr. Ahí pude oír y escuchar su voz y su discurso, la misma que oyó, el 28 de agosto de 1963, una multitud de más de 250.000 personas a quienes explicó en la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad -frente al Capitolio de Estados Unidos-, que tenía un sueño. El sueño, recordemos, de conocer una América fraternal. Cada vez que lo oigo puedo percibir y compartir la emoción de quienes pudieron verle, escucharle y sentir sus palabras valientes y liberadoras.

Mi estancia siempre coincide con la celebración del Memorial Day, el día de los caídos en las guerras en las que ha participado Estados Unidos. Para mí -una vez visto el desfile conmemorativo anual- cobra mayor sentido celebrar el día del soldado. Al margen del significado -menos patriótico-, que tiene la participación en muchas de esas guerras, es un momento de emoción y de recuerdo para los ciudadanos americanos en el día de la memoria colectiva. Es una forma de recordar a sus muertos, confortar y honrar a sus familias y, seguramente, ayudarlas a dar un sentido egregio a la muerte de sus seres queridos en plena juventud.

Los monumentos conmemorativos, los museos y los edificios gubernamentales importantes, entre otros, la Casa Blanca, están ubicados en el National Mall, o la Explanada Nacional, rodeados de un inmenso y hermoso parque. Ahora sí tienen sentido e interés para mí. Me han permitido conocer una parte importante de la historia de ese país. También su cultura, sus valores y su forma de vivir y de entender las relaciones y la vida comunitaria en general.

Me quedo con la limpieza y el trato educado y amable, como la verdadera esencia de esa ciudad. Todo está impoluto, perfecto. El día empieza muy pronto, antes de que den las seis de la mañana. La ciudad se prepara, los edificios se limpian, se arreglan los parques. No hay suciedad en ninguna parte, no hay trastos abandonados en las calles, ni jardines ni parques de mentira. No hay restos de mascotas. Hay que levantarse pronto para empezar el día y poder sentir y formar parte de la ciudad. La primera vez que alguien en la calle me preguntó directamente, que tal mi día, no me di por aludida. Pronto entendí, sin embargo, que desear buenas cosas al prójimo es algo habitual en la vida diaria en esta ciudad.

? Ennoblece visitar ciudades que nos enseñan a ser mejores personas y mejores ciudadanos y que seamos conscientes de ello. Se aprende que hay formas amables y amigables de tratar a las personas y a las cosas, y que es posible incorporarlas al discurso de la ciudad y de la ciudadanía. Es evidente que la planificación y la sostenibilidad de las ciudades también requiere de la colaboración de las personas que las habitamos, ya sea de forma coyuntural o permanente. Sin embargo, una cuestión de importancia es tener claro, tanto el modelo de ciudad que queremos, como el modo de vida que los ciudadanos tenemos que adoptar.

* Catedrática en la UIB