Diario de Mallorca

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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

La isla agotada

Una Mallorca agotada en pleno boom turístico anuncia la extenuación posterior, si no se aprovecha la coyuntura para sanear los excesos

A veces, los números coinciden con las percepciones y las iluminan. No sucede siempre. Por ejemplo, hay más clase media que nunca en la historia gracias a la incorporación anual de millones de personas -sobre todo en los países emergentes- a la gran clase consumidora de bienes y servicios; sin embargo, si nos consultasen uno a uno, la mayoría de nosotros aseguraría lo contrario. No es el caso del turismo en Mallorca, naturalmente. Y las cifras, por lo que hemos podido leer en nuestro periódico esta semana, corroboran la sensación de agobio y de falta de límites que se ha vuelto ya habitual durante la temporada alta. En apenas una década -poco antes de estallar el crac de 2007/2008-, visitaron Mallorca seis millones de turistas, para pasar a casi once millones el año pasado. Son números de vértigo que subrayan un cambio de modelo global -el empuje de los vuelos low cost y de las ofertas por Internet, el alquiler vacacional y una nueva fase en la expansión del turismo de masas-, el cual incide de forma inmediata sobre nuestra calidad de vida. Por un lado, hay más empleo -en general, de poca calidad- y una salida acelerada de la crisis, al beneficiarnos de la enorme inversión internacional que llega a la isla. Por otro, unas infraestructuras llevadas al límite que se traducen en escasez de agua, carreteras colapsadas y depuradoras obsoletas. Y en otras problemáticas asociadas, como es la ausencia en el alquiler a largo plazo -o, en su caso, la hiperinflación-, en Palma, Ibiza y muchos otros lugares de la isla, cuyos efectos sólo pueden ser devastadores sobre los ciudadanos. Disponemos de una extensa bibliografía que ilustra la importancia del alquiler -o de la compra de vivienda- a precios asequibles como una de las principales herramientas no sólo para conseguir un justificado equilibrio social, sino sobre todo para impulsar el dinamismo económico.

Doblar el número anual de turistas nos indica cuánto tiene de burbuja el momento actual y nos advierte de que difícilmente puede perdurar un ciclo tan expansivo. Al final, el dinero fácil empuja al endeudamiento y a asumir más riesgos de los necesarios, a la espera de una corrección obligada, que dejará muchas víctimas inocentes. Fue el historiador Tony Judt quien, en su libro sobre la postguerra europea, observó un hecho determinante en las euforias financieras: «Las cosas ya no eran como antes, cuando los periodos de auge económico tendían a proporcionar a los desfavorecidos empleos mejor pagados y más seguros. Dicho de otro modo, Europa estaba creando una clase marginada en medio de la bonanza».

La cita del historiador británico sigue vigente en el momento actual. El auge del PIB se ha traducido en empleo, pero no repercute en la nómina ni en la seguridad del trabajo. Y, cuando cambien los vientos favorables -tipos de interés laxos, precio del petróleo bajo, apetito internacional por los activos españoles y unas cuentas públicas más expansivas que hace unos años-, resulta plausible pensar que la fractura social y el debilitamiento general de los asalariados y pequeños propietarios irán en aumento. Una "clase marginada en medio de la bonanza" no es algo que caracterice ya a los países emergentes ni al Tercer Mundo, sino una realidad propia de la revolución tecnológica e industrial que está en marcha. La codicia a corto plazo alimenta las burbujas que enriquecen a unos cuantos, pero no asegura una cosecha perdurable. Para ello, se requieren políticas públicas de calidad, presupuestos equilibrados, una adecuada formación del capital humano, inversión en tecnología, nuevos mercados, mayor competencia, demanda saneada...

Una Mallorca agotada en pleno boom turístico anuncia la extenuación posterior si no se aprovecha la coyuntura favorable para sanear los excesos. Que son muchos. En parte, es un cambio que ya está en marcha en forma de un sello de calidad indiscutible. La modernización y la mejora de la isla es un hecho del que nadie puede dudar. Sin embargo, y al mismo tiempo, los excesos constituyen la semilla del desastre. Nadie quiere volver a los seis millones de hace diez años, aunque es probable que con ocho o nueve millones la sociedad y nuestro ecosistema encontrarían un punto de equilibrio más adecuado. Si no lo hacemos -quiero decir, si no racionalizamos lo posible-, la propia masificación terminará por expulsar a los turistas.

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