En todo ese vaivén que se viene dando en la revuelta Cataluña soberanista entre el tirarse al monte del secesionismo unilateral y el ir tanteando la debilidad del Estado para ver si finalmente se pacta un, por el momento fuera de la legalidad vigente, referéndum que consiga el mismo objetivo que el querido por los del monte -esto es ser "grandes" al ser más pequeños pero, eso sí, "automandados"-, se olvida por algunos una tercera posibilidad (los ejemplos en Naciones Unidas son conocidos y notorios, y siempre han conllevado ulteriores y aún perenes conflictos) a la que en ocasiones se ha acudido cuando el asunto se ha internacionalizado en otros casos de fractura poblacional: el reparto.

Reparto tanto territorial como poblacional (según La Vanguardia, en una de sus estadísticas, la diferencia entre los que quieren salirse y los que quieren quedarse es de un punto y medio), puesto que habría que atender a los deseos de todos los interesados cataláunicos y no solo de una parte de ellos. Y claro, el problema es que no se puede solicitar el respeto a los que quieren salirse del Estado y por ello de Europa y al tiempo negarles el mismo derecho a quienes prefieren estar al calor de uno y de la otra. Y es que, con todos sus inconvenientes, hace menos frio dentro de la familia que en la intemperie de la independencia sin más, y aquí no valdría la solución de no pocos jóvenes que cuando se largan del hogar paterno con aire independiente pero siguen llevando su ropa a que sea lavada y planchada por mamá, que lo hace tan bien, aprovechando la visita para disfrutar de su cocina, siempre tan sustanciosa, y de la que se hace el correspondiente acopio para el independiente congelador juvenil, que una cosa es querer ser independiente y otra es pasar por tonto.

Así, de sobrevenir ese reparto internacional, Cataluña podría ser con el tiempo una nueva Chipre, con su propia línea verde cuyo discurrir, al dividir los 32.107 kilómetros cuadrados de forma equitativa, debería de tener en cuenta dos importantes circunstancias: que la capital Barcelona, al igual que Nicosia en el caso chipriota, quedaría sujeta a una frontera divisoria con sus correspondientes check points que con seguridad debiera tener su eje en el Paseo de Gracia y Las Ramblas con una orilla para cada parte, y otra circunstancia de no mera enjundia como que ambas consecuencias de aquel reparto tendrían necesidad de poder acceder al territorio andorrano, de tanta importancia para algunas economías catalanas. Y es que hasta estás altura, mejor dicho bajuras, debieran algunos tener en cuenta el que pudiera llegarse a estas absurdidades.

Luego están los intentos de equiparar el llamado caso catalán con otros oportunos y oportunistas símiles, por ejemplo acudiendo a aquello del derecho a la autodeterminación, olvidando que tal paralelismo tiene en sí mismo no pocos peligros. El primero es que para que ese principio fuera aplicable a Cataluña, según los ejes intelectuales y legales de su plasmación por Naciones Unidas, debería abandonar su condición de autonomía dentro del Estado y tunearse en colonia (sería aconsejable e higiénico que algunos se leyeran con atención la resolución 1514 de la asamblea general). En segundo término cabrá considerar que deberá tenerse en cuenta, y aquí está el nudo gordiano, no solo a los proponen la aplicación parcial de tal principio mediante prácticas experimentales de "abandono de buque", sino, en todo caso a todos los que tienen ese tan traído "derecho a decidir", que como tal hipotético derecho es de titularidad personal. Derecho que no tiene limitaciones regionales o comarcales y no deja de tener efecto o de ser aplicable cuando se llega al río Cinca, pues no se nos negará que igual derecho tienen los que desean no cesar en su condición de ciudadanos españoles que los que desean dejar de serlo. No menos importante es el hecho negativo para las querencias independentistas de querer equiparar el hecho catalán a la realidad, por ejemplo, escocesa (también en este caso es recomendable la lectura de la Union Act de 1707, donde es perfectamente perceptible que aquel fue un acuerdo de integración entre los parlamentos del reino de Inglaterra y del reino de Escocia, es decir de igual a igual, que venían compartiendo monarca desde hacía más de un siglo, y que tiene establecido en sus desarrollados preceptos las correspondientes medidas para recuperar los poderes cedidos al Parlamento de Westminster, mediante acuerdo inter partes), distinciones que como todo el mundo sabe no son estos los únicos hechos, estos sí, diferenciales.

Y es que cuando se olvidan tales cuestiones y se lleva a una determinada población, grupo o sociedad a tener que decidir entre dos realidades que se edifican, no sin escasa medida, en la parte sentimental de las gentes, se corre el riego de crear una situación de enfrentamiento a medio o largo plazo que puede llevar a soluciones quirúrgicas indeseadas, dejo a la opinión de los lectores si también son indeseables. Y se tiene la impresión de que esta situación se está desbocando de forma alocada, sin previsible freno y sin que parezca que se vislumbre por parte de nadie una cierta y cada vez más necesaria voluntad de contener el asunto en niveles vitales controlables.

Por ventura ha llegado el tiempo de no confundir la funcionalidad de los órganos humanos en el discurrir y por ello llegar al convencimiento de que es mejor el utilizar para el razonamiento más el cerebro que las tripas. Teniendo en cuenta los riesgos que acechan sería aconsejable una cierta prudencia, pues en palabras de Apiano, "la imprudencia suele preceder a la calamidad".

*Abogado