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El poeta

Soy consciente de que tras una semana de acontecimientos bárbaros debería dedicar este comentario a escribir del fiscal anticorrupción Moix y su concepto de lo que es ético y lo que no lo es. También sería bueno analizar la última idiotez de Donald Trump (lo malo es que no podemos decirle a los Estados Unidos ahí os pudráis con vuestras emisiones que nosotros respiraremos mejor con las nuestras). O las tonterías de la señora May o de los independentistas catalanes (como si pudieran cambiar la realidad con solo declararla insolvente). O sobre la final de la Champions anoche.

Pues no señor. Hoy me dedicaré a subir el listón de mi estética: escribiré sobre algo tan irrelevante como el cincuentenario de la muerte de un poeta.

León Felipe murió hace casi cincuenta años, en 1968 en México, la ciudad que lo acogió y lo respetó cuando llegó a ella por segunda vez huyendo de Franco. Allí escribió el epitafio más terrible de la guerra civil: "Tuya es la hacienda,/ la casa,/ el caballo/ y la pistola./ Mía es la voz antigua de la tierra./ Tú te quedas con todo/ y me dejas desnudo y errante por el mundo?/ mas yo te dejo mudo? ¡Mudo!/ ¿Y cómo vas a recoger el trigo/ y a alimentar el fuego/ si yo me llevo la canción?".

Había nacido en Zamora en 1884 y allí empezó su peregrinar por el mundo. Estuvo en Guinea Ecuatorial administrando hospitales y en Nueva York enseñando literatura española. Siempre quebrado. Por satisfacer a su padre, estudió farmacia (la más corta de las licenciaturas) y regentó alguna en Castilla y una en Balmaseda de Vizcaya. A todas las llevó a la ruina porque regalaba las medicinas. Un desastre. Y un poeta maravilloso, no de un poema sino de un poemario de toda su vida. Pues era mi tío abuelo y es de las cosas de las que estoy más orgulloso. No hay mérito alguno: me lo hicieron tío abuelo antes de nacer yo. Pero qué quieren que les diga.

Eran ocho hermanos: mi abuela materna, la más joven de todos ellos, era una sólida castellana de penetrante mirada que hacía la tortilla de patatas como nadie.

Después, la tía Cristina, mujer de rara belleza y genio tan vivo como el de su hermana. Me llamaba Chamaquito. Casó en México y fue la madre de Carlos Arruza, el torero, al que vi lidiar en Cádiz en el 42 0 43 y del que heredé la vocación taurina. Arruza se llevaba a León Felipe en el coche de torero, de los de botijo en la baca, y el poeta, apoyado en su cayado, escuchaba a los peones durante el viaje y les decía "calla, calla, que no entendéis" y les hablaba del Quijote.

Luego venía la tía Salus. De vez en cuando venía a Europa y nos tocaba a mi hermano y a mí acompañarla a visitar museos, lo que afortunadamente hacía a toda velocidad: nuestra plusmarca fue una visita a los museos vaticanos en 25 minutos. En el bolso llevaba un cartón de forma circular que se aplicaba al arco ciliar y de un único y rápido trazo con un lápiz negro se dibujaba las cejas que se había depilado. Creo que los museos no le importaban gran cosa y que los visitaba para culturizarnos.

Había otro hermano del tío León Felipe: Julio, médico de locos, inventor de la hipnosis para la cura de los dementes. Era médico militar y en una sonada ocasión pronunció en 1924 en presencia del general Franco una conferencia, "Locura y delitos militares", que gustó mucho. León Felipe lo odiaba. Cuando publicó La higuera maldita, le propinó la siguiente dedicatoria: "Al doctor X que escudriña en las pobres cabezas enfermas y olvida lamentablemente el corazón. A él y a todos los hombres secos?".

León Felipe, el tío León, el más bondadoso de los poetas malditos, que interiorizó la música en su propio sufrimiento. Un poeta grande de la Generación del 27, porque todo lo que tenía en la entraña generosa lo volcaba en sus versos, a veces torturados, a veces dulces, a veces furiosos, siempre bellos.

A los 18 años, venciendo mi timidez, le escribí. Y me contestó.

"Querido Diter (que era como me llamaban en familia): he recibido tu carta tan cariñosa, tan sencilla, tan ingenua, y te querré".

Nos escribimos durante años.

Andando el tiempo fue creada en Zamora una fundación que lleva su nombre, de la que somos patronos mi hermano y yo. Prepara muchos actos para celebrar el cincuentenario. También en Balmaseda le van a tributar un homenaje durante este mes, imagino que por cómo y por qué arruinó la farmacia. Me propongo acudir a verlo. Mejor que estar sentado irritándome con Donald Trump.

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