Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Descréditos

La victoria de Donald Trump en Estados Unidos guarda cierta similitud con la victoria de Pedro Sánchez en el PSOE. Los rasgos de esa similitud son variados, pero sólo me centraré en uno: el peso nulo de la prensa en su victoria. O de otra manera: cómo lo que antes decidía -lo que antes contribuía decisivamente- ahora ni siquiera neutraliza. La mayoría de periódicos nacionales intervinieron contra Sánchez: desde El País a El Confidencial pasando por ABC, El Mundo y otros. Por no hablar de radios y cadenas de televisión. Hubo fuego ligero, artillería de campaña y hasta artillería pesada hubo. Nada: ni caso. Ganó Sánchez como en EEUU había ganado Trump pese a que Clinton tenía la prensa más seria e influyente a su favor. Algo está cambiando y no son los tiempos. De entrada, cada día se leen menos periódicos.

Hay más, ya digo: Donald Trump tenía a la cúpula de su partido en su contra y Sánchez también; se desconocía el discurso político de Trump y lo mismo el de Sánchez y no tranquilizaba ni uno, ni otro... Podría seguir, pero centrémonos en la prensa: ¿es rentable políticamente ahora? Lo es en el día a día; aún lo es. Por ejemplo, Iglesias. Parte de su irresistible ascensión -por lo menos el eco- se debe a la seducción padecida por los periodistas ante su discurso (por mucho camuflaje mutante que esgrimiera al principio). Pero las críticas y posibles mordazas a la prensa por parte del líder podemita han provocado que su figura se haya desvaído últimamente como una pintura a la que se le pasa un paño humedecido en lejía: recuperará, pero menos. El día a día, repito. Ahora bien: ante la posibilidad de un cambio inesperado o caprichoso -Sánchez o Trump, por ejemplo- parece que la influencia de la misma prensa ya no es tanta, lo que, en el fondo, potencia la crisis del sector. Otras son las pulsiones que mueven al electorado -desconozco cuáles, pero sospecho de algunas- y ahí fracasa desde el Big Data hasta las estadísticas regionales: nada es fiable. Recuerden las encuestas a pie de urna de las elecciones que volvieron a llevar a Rajoy a la presidencia de gobierno: no acertó ni una, para disgusto -sobre todo- de los periodistas que las esgrimían a las ocho de la noche en alguna que otra cadena privada de televisión.

Las cosas como son y las sorpresas que por lo menos sean buenas. Mucha prensa a favor, que yo recuerde, no ha tenido el rector universitario reelegido en Balears. Y sin embargo salió reelegido. Ni su camaleonismo, ni el Caso Minerval -ni el caso, ni su tratamiento periodístico- cambiaron la intención de voto en la UIB y vistos los resultados, quizá la aumentaron a su favor. En cambio, días antes de las elecciones, uno de sus vicerrectores pedía 'ideas para defender la imagen de la UIB'. La frase era estupenda, cuando no ridícula: ideas para defender la imagen de la universidad. ¿O no se defiende cualquier universidad con sus propios resultados, tanto académicos como de investigación? ¿Hay que acudir al maquillaje? Y ya que se hablaba de defender: ¿quién la estaba atacando? ¿O no es desde dentro que una universidad se ataca a sí misma? Con sus malas prácticas, si las tiene; con sus peleas de familia, si se dan; con sus intereses contrapuestos, si es que existen; con su insano corporativismo, si se manifiesta; con su doctrinarismo ideológico, si se extiende. ¿O acaso es desde fuera que se la ataca, como decían de la España de Franco entonces, dicen de la Venezuela de Maduro ahora, y dirán siempre de la Cataluña de Pujol, Mas y Puigdemont? La historia se repite, sí. Confiemos en que sólo sea para aburrirnos.

Desde luego, si el vicerrector quiere ideas, no parece una universidad, en principio, mal sitio para obtenerlas. O no debería parecerlo, aunque muchas de las ideas más brillantes nazcan fuera de los recintos universitarios. Pero una cosa es defender la universidad -sólo en caso de que sea atacada injustamente; de lo contrario no estaría mal la autocrítica- y otra defender la imagen de la universidad. La imagen es lo barroco, la decoración de la contrarreforma, no lo conceptual. La imagen es la cáscara, no el fruto. Defendiendo la imagen no se defiende nada más que la imagen. Que cambia y además se deteriora. Y si no, que miren a Sánchez y a Trump. No puedo decir que Díaz tuviera mejor imagen que el primero porque su imagen, la de Díaz precisamente, deja mucho que desear. Pero tenía los medios -que son los que conformaban la imagen-; como los tenía Clinton. Y miren. Algo está cambiando. Algo más. Y no sabemos qué.

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