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Otro fracaso de la democracia directa

Quienes no creemos en las distintas forma de populismo y pensamos, no como axioma sino por decantación intelectual, que la democracia representativa es la elaboración política más depurada y perfecta de la cultura occidental evolucionada durante siglos hasta los formatos actuales, no nos extrañamos demasiado del fenómeno Trump, que es en realidad el fruto de la insolvencia de quienes, en sus respectivos roles, debían haber impedido la llegada de este multimillonario insensato y vulgar a la Casa Blanca.

En realidad, la responsabilidad del desastre la tiene el Partido Republicano, que claudicó pronto ante la fuerza arrolladora -gracias a su inmensa fortuna y a su falta de escrúpulos- de este personaje, y en lugar de resistirse a sus propuestas suicidas (para el país), terminó sometiéndose a él e incluso apoyándole, a pesar de las advertencias de los sectores más intelectualmente dotados del partido, que advertían previsoramente de lo que iba a acontecer.

En definitiva, Trump consiguió saltarse los frenos y contrapesos del sistema de partidos norteamericano, en especial el método de primarias que actúa como un filtro frente a locos y desaprensivos, y una vez nominado, entabló un depravado diálogo directo con el pueblo, al que sedujo valiéndose de la intoxicación y la mentira sistemáticas. En muy probable que Trump no acabe su mandato, que el sistema norteamericano consiga librarse de él antes de que cometa algún desafuero irreparable, pero acto seguido tendrá que revisar también los sistemas de selección de líderes para que el drama no se repita.

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