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Antonio Papell

¿Cuándo declinó el PSOE?

Santiago Zavala, el personaje de Vargas Llosa, formula al comienzo de Conversación en la catedral, una de las mejores novelas que se han escrito, aquella inquietante pregunta: "¿En qué momento se había jodido el Perú?".

Algo parecido habría que preguntar, aunque con menos ingredientes subjetivos, al respecto del hundimiento del PSOE, que ha pasado de tener una posición hegemónica desde las primeras elecciones generales en 1977 a ocupar una posición mediocre, lejos de la aspiración de la alternancia y compartiendo el espacio de babor del espectro con otra formación que le disputa incluso la hegemonía. ¿En qué momento dejó el PSOE de representar lo que representaba, de ser el término progresista del bipartidismo imperfecto que habían forjado los grandes partidos al amparo de la ley d'Hondt?

En las pasadas primarias, la oposición interna a Pedro Sánchez le hizo responsable de haber obtenido "los peores resultados de la historia". Quien les oyese, llegaría a la conclusión de que suya ha sido la culpa de haber descendido desde la hegemonía política a un apoyo inferior al 23% de los votos, menos de 5,5 millones de sufragios y 85 diputados.

No es de buen gusto repartir esta clase de responsabilidades en el seno de las organizaciones políticas, que tienen como es lógico altibajos, pero la imputación ha sido tan burda que los expertos y los analistas han salido al paso de la simplificación. Primero ha sido Josep Borrell, quien ha publicado para la ocasión el espléndido y clarificador libro Los idus de octubre sobre el golpe de mano que descabalgó a Sánchez el primero de octubre de la secretaría general? Y, después, entre diversos análisis, ha sido reseñable un artículo reciente de Carles Castro, "La herencia", en el que demuestra que "el PSOE ya había caído a tasas de voto del 2015 y el 2016 antes de la elección de Sánchez y la eclosión de Podemos y C's".

El punto catastrófico del PSOE debe fijarse en las elecciones europeas de 2014, cuando Sánchez no es todavía un político conocido y tanto Ciudadanos como Podemos no han irrumpido aún en escena. Si en las europeas de 2009, el PSOE obtiene el 38,78% de los votos y 23 escaños, en las de 2014 consigue el 23,01% y 14 escaños, con una caída de más de 15 puntos. Un año después, Sánchez, que se presenta por primera vez al frente de unas elecciones estatales logra mantener aproximadamente el mismo porcentaje de apoyo, pese a que Podemos logra el 20,7%, desde el 8% logrado en las europeas... Hay que ser muy osado para culpar a Sánchez del hundimiento socialista.

Hay que mirar más atrás, por tanto. Y en esta antesala del presente, conviene anotar que Zapatero tuvo que anticipar las elecciones generales de 2012 a finales del 2011, presionado por una opinión pública muy irritada por la crisis y por la gestión de la crisis. Muchos votantes de izquierdas se preguntan todavía por qué aquella absurda demora en reconocer el drama que se estaba abatiendo sobre nosotros; cómo pudo ser que Zapatero no dimitiese en 2010, cuando Europa presionó tan intensamente para que realizáramos unos recortes que laminaban el Estado de Bienestar; quién recomendó al presidente del Ejecutivo la reforma ignominiosa del artículo 135 de la Constitución o aquel inefable Plan E, que ha pasado a más de una antología del disparate y cuyas huellas todavía se ven en algunos lugares? Rubalcaba, uno de los mejores políticos que ha tenido este país „y que, entre otros méritos, tiene el de haber acabado con ETA„ poco pudo hacer para detener el declive, ni para evitar el "peor resultado" de la historia, con apenas el 27,8% de los votos y 110 escaños, frente a un PP que irrumpía con abultada mayoría absoluta. Sin duda, Zapatero y Rubalcaba hicieron lo que pudieron y lo que supieron, pero con toda evidencia no triunfaron en su lucha contra los elementos. En cualquier caso, es lógico que cada palo aguante su vela.

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