Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Del sol y de Trump

Hace años hice un curso de verano en un college de Bath. Salí a principios de julio bajo un sol de justicia y al llegar a Londres me encontré con un sol tímido y blancuzco que habría abochornado a una jornada del enero mallorquín. El mismo sol tristón lucía en Bath. Aquella noche oí que empezaba a llover, y siguió lloviendo sin parar los veinte días que estuve en Inglaterra. Los indígenas suspiraban aliviados y felices, envueltos en sus chubasqueros. Se habían pasado una quincena sin ver la lluvia, y la preocupación ya se adueñaba de la comarca. El fantasma de la sequía y la hambruna parecían estar a la vuelta de la esquina, de la mano del sol. Hoy, gracias a la creciente inversión de Gran Bretaña en energía fotovoltaica, precisamente el sol cubre casi una cuarta parte de las necesidades eléctricas del país. Siete años han bastado para alcanzar los 12 GW, y ello a pesar de los recortes gubernamentales en ayudas a la energía solar. Mientras tanto, aquí en Sunny Spain el gobierno continúa metiendo palos en las ruedas a esta fuente de energía limpia y renovable que debería ser nuestra salida natural. Claro que lo nuestro es ir contracorriente, como los salmones. Lo ejemplificó bien el mismísimo José Mª Aznar aquella vez que dijo lo de "a mí me van a decir lo que puedo yo beber antes de conducir". "Antes centrales de carbón de coque, o de turba, que aprovechar el sol", deben de pensar las recias empresas eléctricas hispanas. A ellas van a decirles cómo gestionar el comodín del déficit energético?

A finales del siglo XIX en Europa causó sensación la visita de una auténtica leyenda procedente del otro lado del Atlántico: el Buffalo Bill's Wild West Show. Por primera vez se veía a un protagonista del salvaje oeste norteamericano y se asistía en directo a momentos míticos como el asalto a una diligencia. Además de al público en general, ya fuese británico, francés, español italiano o alemán, el espectáculo cautivó a varias testas coronadas, incluida la propia reina Victoria de Inglaterra, así como al papa León XIII. Imagino a los europeos de entonces boquiabiertos ante aquel insólito cortejo compuesto por 121 blancos y 97 indios (nativos americanos, diríamos hoy; entre ellos, literalmente, los últimos mohicanos), así como 180 caballos, 18 bisontes y 10 alces. Más o menos igual nos hemos quedado los europeos de hoy al ver evolucionar al Presidente de Estados Unidos por los salones de la (llamada) alta política continental. El catálogo de sus actitudes y gestos estrafalarios ya era un clásico, aunque hay que reconocer que hemos disfrutado de una novedad: nuestro entorno lo magnificó de forma extraordinaria. En un decorado lleno de banderas y globos dorados que caen en cascada, el mentón mussoliniano o la indescriptible muecasonrisa de Trump quedan más discretos. Con Macron, May, Markovic, Mariano y Merkel de fondo, el efecto es espeluznante. Y en el Vaticano, no digamos. Sólo había que ver la cara del Papa.

Compartir el artículo

stats