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JOrge Dezcallar

Todos contra Irán

En el ámbito internacional, esta semana está dominada por la gira de Donald Trump por Oriente Medio, su primer viaje al extranjero. Un presidente acosado en casa que ha descubierto, como tantos otros, que la política exterior le puede deparar algunas alegrías. Francisco Fernández Ordóñez la comparaba con patinar sobre hielo: "Parece fácil, pero si te das una culada la ve todo el mundo".

A Obama no le gustaba Oriente Medio y a los árabes e israelíes tampoco les gustaba Obama. Su famoso discurso de 2009 en El Cairo sembró las ideas de libertad y dignidad que empujaron la Primavera Árabe y luego, cuando dejó caer a Mubarak, hizo correr escalofríos por las espaldas de los autócratas del Golfo. Y Netanyahu nunca le perdonó que le exigiera dejar de construir asentamientos ilegales en tierras ajenas o que hiciera un acuerdo nuclear con Irán. Al final nadie de los que mandan en Oriente Medio le quería.

Por eso árabes e israelíes han acogido con entusiasmo la llegada de Donald Trump, que quiere cambiar todo lo que huele a Obama y que se ha fijado dos objetivos muy claros dentro de los constantes cambios y de la imprevisibilidad que son seña de identidad de la casa. También se ha fijado un no objetivo. Los dos objetivos son combatir el terrorismo y anular a Irán, y en su mente ambos están íntimamente relacionados. El no objetivo es dejar de presionar en favor de los derechos humanos.

Combatir el terrorismo exige como prioridad acabar con el Estado Islámico, que ha reivindicado el repugnante atentado de Manchester, y eso no es fácil. De entrada se intensificarán los combates para echar a los guerrilleros de la bandera negra de los dos baluartes que aún mantienen en Mosul (Siria) y en Raqqa (Iraq) y eso exige armar a las milicias YPG kurdas (con gran enfado de Erdogan que considera que todos los kurdos son terroristas); se dará mayor flexibilidad y capacidad de decisión a los militares sobre el terreno; y se tapará la nariz y cooperará con Assad y con milicias chiítas entrenadas por Irán.

Pero lo que Trump quiere de verdad es hacer un frente sunnita contra Irán porque le considera el principal impulsor del terrorismo, quizás solo después del Estado Islámico. El objetivo es frenarlo en Iraq y Siria, en Yemen y en Líbano, y evitar que sea un actor influyente en la región. Este frente estará capitaneado por Arabia Saudita, donde se acaba de celebrar una cumbre antiterrorista (léase antiiraní) con medio centenar de líderes árabes. Además, Trump ha firmado con el rey Salman varios acuerdos para la venta de armas por 90.000 millones de dólares, que para él significan "empleos, empleos, empleos" y un auténtico regalo para la industria norteamericana de Defensa, cuando lo que en Oriente Medio sobran son armas y muertos.

A Trump no le importa que en las elecciones del pasado domingo hayan ganado los "moderados" del actual presidente Rohani, partidario de ensanchar las libertades civiles (que buena falta les hace a los iraníes) y de normalizar sus relaciones con la comunidad internacional, que es la única forma que tiene para lograr las inversiones que necesita su obsoleta industria energética. Pero en vez de apoyar esta complicada evolución hacia la moderación, a la que muchos iraníes se oponen, Trump la amenaza, impone más sanciones, declara que la Guardia Revolucionaria es una organización terrorista (con todas sus consecuencias), y continúa sin permitir que Teherán acceda a transacciones internacionales denominadas en dólares, que es otra forma de estrangular su comercio. El acoso a Irán va a ser marca de la casa de la administración Trump. Irán no es una democracia y su comportamiento en materia de derechos humanos (mil ejecuciones solo en 2016) es deleznable, pero tampoco lo es Arabia Saudita, de donde además salieron los terroristas del 11 de septiembre. También los atentados terroristas que sufrimos en Europa, desde Madrid y Londres a París y Manchester, los hacen musulmanes sunnitas y no chiítas y las mezquitas las financia Arabia Saudita y no Irán... Si Irán está hoy en la diana de Washington no es por ser una madriguera de terroristas, sino porque su política regional estorba a Washington, a Tel Aviv y a Riad.

Finalmente, los derechos humanos quedan arrinconados. Trump ha dejado claro en esta gira que busca "socios y no la perfección" (al menos ha sido claro) y por eso no le preocupa que las mujeres no puedan conducir y montar en bicicleta, que no haya elecciones y que se lapide a las adúlteras. Y por eso vende a Bahrein armas que Obama había bloqueado. A partir de ahora no habrá promoción de la democracia en la región ni tampoco críticas al Islam, en contraste con las barbaridades que Trump dijo sobre los musulmanes durante la campaña electoral. Todo esto ha sonado como música celestial en muchos oídos del Golfo.

Trump también ha visitado Jerusalén y Belén donde ha respaldado incondicionalmente a Netanyahu sin hablarle de cosas incómodas como asentamientos o estado palestino, y a falta de ideas novedosas ha expresado su "compromiso personal" (?) con un acuerdo israelo-palestino, con la guinda de una normalización de relaciones con el mundo árabe como premio. Pero eso ya lo había ofrecido el Plan Fahed de 2002. La escala no ha tenido más contenido que el simbolismo de hacerla y no creo que vaya a cambiar nada.

Pero Trump ha debido quedar deslumbrado con los salones del rey Salman, que tienen más dorados que su propia casa. Seguro que Melania y él regresan con ideas nuevas para decorar la Casa Blanca.

*Embajador de España

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