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Antonio Papell

Sánchez: entresijos de un retorno

En esta época de sobreabundancia de la 'posverdad', conviene repasar el relato real del viaje de ida y vuelta de Pedro Sánchez, defenestrado el 1 de octubre por una parte de la superestructura política del PSOE con su acompañamiento financiero y mediático, y repuesto ahora por las bases con la contundencia que cabía esperar de una clientela sensata, que es después de todo el reflejo fiel de una de las sensibilidades centrales del cuerpo social.

Cuando Sánchez ganó las primarias a la secretaria general en julio de 2014, fue considerado por el 'aparato' un comodín de transición, que en su momento debería dar paso a una opción que ya estaba madurando por aquel momento, encabezada por la presidenta de Andalucía desde septiembre de 2013, cuando ocupó el cargo por la dimisión apresurada de Griñán, perseguido judicialmente. En mayo de 2015, las elecciones autonómicas y municipales llevaron al PSOE nuevamente al poder, siempre en coalición con Podemos y otras fuerzas, en varias comunidades: Extremadura, Aragón, Valencia, Balears, Castilla-La Mancha? Susana Díaz, por su parte, adelantó las elecciones regionales andaluzas a marzo de aquel año (el cuatrienio cumplía en 2016) y acabó formando gobierno con Ciudadanos. Los barones territoriales, tras su acceso al gobierno de sus respectivas comunidades, consideraron que debían participar más activamente del poder de los órganos federales, y de hecho ningunearon con frecuencia al secretario general, a quien, con alguna excepción relevante, criticaron de forma sistemática con abierta y pública deslealtad. El comité territorial, de forma más o menos solapada, pretendió hacerse con el gobierno del partido, siempre esgrimiendo con mayor o menor explicitud la vigencia de la alternativa que representaba Susana Díaz, quien, cargada de ambigüedad, se dejaba querer abiertamente, arropada por la plana mayor del aparato simbólico (los expresidentes del gobierno y su entorno). Como es lógico, ello debilitó a Sánchez, y no solo internamente.

El 1 de octubre pasado, Sánchez llegó al comité federal con el mandato expreso, adoptado en el comité federal anterior, de no pactar la investidura con el PP bajo ningún concepto (conviene recordarlo porque se ha dicho que aquella negativa era una obstinación de Sánchez). Aquella formulación podía haber sido debatida y revisada en la reunión del máximo órgano socialista entre congresos, como lo había sido en todos los ámbitos de la política y la sociedad civil, pero no hubo ocasión: la defenestración estaba en los planes de los conspiradores; Sánchez fue recibido con la dimisión de la mitad de la Ejecutiva (en el cómputo se incluyó también a un compañero fallecido); a Susana se le oyó decir literalmente (nadie lo ha desmentido) "a este le quiero muerto hoy"? El resto de la historia es conocida: se formó una gestora que se ha mantenido demasiado tiempo al frente del partido, se permitió la investidura de Rajoy sin un pacto que hubiera podido rentabilizarla? y finalmente la militancia ha impuesto nuevamente su criterio, como cualquier mediano observador hubiera podido augurar: Sánchez ha sido repuesto en sus funciones y en su dignidad, Susana Díaz ha truncado su carrera política -las presidenta andaluza ha acreditado muy escasa brillantez en este tormentoso recorrido- y con toda probabilidad el PSOE reformará su funcionamiento institucional reduciendo el peso federal de las 'baronías': el PSOE no puede regresar al jacobinismo de antaño pero tampoco convertirse en un juguete confederal que baile al son de las tensiones periféricas.

Y en cuanto al futuro político más inmediato, es evidente que Sánchez no es ni remotamente un radical, como lo prueba el hecho de que suscribiese un pacto de gobierno con Ciudadanos, que se frustró por el radicalismo -ese sí- de un Iglesias exacerbado, poseído de sí mismo y empeñado inútilmente en adueñarse del hemisferio de babor. El líder socialista repuesto tiene sin duda asumido con pragmatismo que el modelo cuatripartito de representación no es efímero, por lo que la negociación y el pacto habrán de seguir siendo las herramientas del progreso parlamentario. Pero de eso hay mucho tiempo para hablar.

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