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Desconcertante Francisco

El Papa Francisco nos ha interesado a los laicos porque, al fin, quien lidera una religión con la tradición y el peso específico de la católica, es consecuente con el mensaje que predica. Esta coherencia interna, que desemboca en actitudes de desprendimiento y beneficencia inobjetables, le concede un crédito innegable y le permite influir en la formación de la opinión pública.

Esta postura de sinceridad intelectual y arrojo en favor de los débiles acaba de expresarse mediante la concesión del birrete cardenalicio a monseñor Omella, arzobispo de Barcelona, después de haberlo hecho con monseñor Osoro. Poco después de que este último fuera provocativamente descabalgado de la vicepresidencia de la Conferencia Episcopal por el colectivo más reaccionario de los obispos, el Papa respondía con la promoción de Omella, quien por cierto está auxiliando al Papa en la difícil tarea de acompañar a las víctimas de abusos sexuales cometidos por clérigos en España.

Este vigor moral del Papa, que parecería dispuesto a cambiar la Iglesia, contrasta sin embargo con otros gestos desconcertantes, como la reciente visita a Fátima, a respaldar manifestaciones anacrónicas de la piedad popular. Parece como si el Vaticano no pudiera librarse del todo de sus más profundas contradicciones.

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