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Retiro lo escrito

La posverdad de todos

He leído en un artículo de Antonio Maestre -fundamentalmente tonto, como suelen ser los suyos- que el término posverdad es nada menos que "una herramienta de control social que sirve a los intereses de los poderosos". Maestre se hace un pequeño lío, un tanto patético, al relacionar la posverdad con un clásico de la sociología del conocimiento, La construcción social de la realidad, de Berger y Luckmann. El único requisito para establecer esa relación es no haber leído ni las solapas del libro. Como prueba del uso instrumental de la posverdad por los malvados cita Maestre unas declaraciones de Pablo Iglesias en El País, que fueron arteramente manipuladas por lo que llama una y otra vez "el diario de Cebrián". Es muy cómico elegir de nuevo a Iglesias como víctima, porque el secretario general de Podemos adora las posverdades: solo hay que reparar, por ejemplo, en sus pintiparados relatos sobre la Transición española o en sus novelas ejemplares sobre las negociaciones con el PSOE para investir a Pedro Sánchez presidente del Gobierno.

Porque lo fundamental no es que la posverdad -y esa otra gracieta terminológica, los "hechos alternativos"- sea practicada más por unos o por otros. La doctrina de la posverdad ha prosperado entre izquierdas y derechas, entre oprimidos y opresores, entre apocalípticos e integrados, para defender intereses políticos o económicos o como ariete propagandístico por una buena causa. Lo cierto es que la verdad está desacreditada. Para que exista una verdad reconocida es imprescindible un consenso básico, pues, como explica Vattimo, "no decimos que estamos de acuerdo cuando hemos encontrado la verdad, sino que decimos que hemos encontrado la verdad cuando nos hemos puesto de acuerdo". La mentira, como el fingimiento, siempre ha sido un instrumento fundamental del ejercicio del poder, de cualquier poder en cualquier época, pero lo terrible es que hoy, demasiado a menudo, no se le opone una exigencia cívica y ética de verdad y de respeto a los hechos, sino un relato paralelo dudoso, parcial y cargado de intenciones y acechanzas. Las mentiras de un poder multipolar circulan con una velocidad vertiginosa por las redes y son incesantes. Ese chorro incontenible e instantáneo de falsedades no permite analizar y desmantelar las mentiras que terminan por articular una narrativa que oculta o justifica cualquier desmán, abuso o crimen. La tentación es abreviar y crear tu propia posverdad portátil, chiquita y aguerrida.

El periodismo se juega simplemente su existencia en este terreno minado por verdades mentirosas y mentiras verdaderas. El fundador de la Wikipedia, Jimmy Wales, ha montado un diario digital para combatir la posverdad en el imperio de Donald Trump, que quiere ser financiado por el mecenazgo de sus potenciales lectores. Ha contratado a una decena de periodistas y la reacción no ha sido muy optimista.¿Resistir -e incluso arruinar- al trumpismo desinformador con diez periodistas? Wales no parece saber demasiado de periodismo, aunque no le alarman los escalofriantes fracasos de la prensa digital. Quizás porque construir una enciclopedia a golpe de desinteresado colaborador sea muy distinto a buscar, encontrar, entender y transmitir una noticia, un pequeño y luminoso fragmento de verdad.

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