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Eduardo Jordà

Oraciones y consejos

Una vez, en una charla, me preguntaron si se sabía quién había sido el primer escritor de la historia, el primero que hubiera dejado su rastro en un documento, ya fuera un papiro o un monolito o una tablilla repleta de signos cuneiformes. La verdad es que no tenía ni idea, así que me puse a investigar. Como es natural, las noticias que se tienen son fragmentarias y están sujetas a muchas controversias. Pero hay un consenso generalizado en que el primer escritor, o mejor dicho, el primer autor de un texto de creación que se haya conservado, no fue propiamente un escritor sino una escritora, ya que fue una mujer llamada Enhedduana. Sí, una mujer, y por más señas sacerdotisa sumeria de la diosa Inanna. Y lo que Enhedduana escribió -hacia el año 2.300 antes de nuestra era- fueron poemas, o himnos, si queremos llamarlos con precisión. Porque eran himnos religiosos dedicados a la diosa de la luna. En total, se conservan 42 himnos escritos por Enhedduana, que ahora forman una recopilación conocida como Himnos de los templos sumerios.

Sabemos de la existencia de Enhedduana porque su nombre aparece en un disco de alabastro que fue hallado en las ruinas de la ciudad de Ur, al sur de Mesopotamia (en lo que ahora es Irak). Y su nombre también aparece en dos sellos que fueron excavados en el cementerio real de Ur. Enhedduanna era hija del rey Sargón de Akkad y fue sacerdotisa de la diosa Innana. La misma Enhedduana estableció el culto de la diosa lunar y lo difundió por toda Sumeria. Su mismo nombre estaba unido al de la diosa, ya que Enhedduana significa algo así como Sacerdotisa-Ornamento-Cielo (o "la sacerdotisa que es ornamento de la diosa del cielo", si se reconstruye con arreglo a nuestra forma de nombrar las cosas). Los himnos de Enhedduana se escribieron en tablillas de signos cuneiformes y tuvieron tanta fama que fueron usados durante mucho tiempo después de su muerte.

Enhedduana era una mujer orgullosa (y con motivo, podemos añadir nosotros), porque era muy consciente de que estaba realizando una obra que tenía muy pocos precedentes, si es que tenía alguno. Y así, en el encabezamiento de uno de sus himnos se puede leer esta frase dirigida al rey: "Mi rey, he creado algo que nadie había creado antes". Enhedduana participó en las intrigas políticas de su época y llegó a ser expulsada durante algún tiempo de Ur. Pero consiguió regresar y recuperar su cargo de sacerdotisa. En otro himno, Enhedduana demostraba de nuevo el alto concepto que tenía de sí misma: "La diosa Ishtar me amó, y durante cincuenta y cuatro años, mío fue el reinado". Poca broma con Enhedduana. Algo me dice que no debía de ser una mujer que hiciera sentirse a gusto a nadie en su presencia.

En la época de Enhedduana, los poemas eran himnos que a su vez eran conjuros y encantamientos, porque la poesía y la magia eran una misma cosa, como sostenía muchos años después Robert Graves. Pero lo importante es que los poemas de Enhedduana, escritos hace ahora más de cuatro mil años, muestran una mente poderosa y repleta de fuerza creativa. Las metáforas son contundentes, las imágenes son tan certeras que se siguen usando ahora, cuatro mil años más tarde. Algunos de sus versos podrían recitarse perfectamente en un "rap": "Con tu veneno llenas la tierra,/ aúllas como el dios de la tormenta./ Cual semilla languideces en el suelo,/ eres un río henchido que se precipita bajo la montaña./ Eres Inanna/ suprema en el cielo y la tierra".

Más o menos por la misma época en que Enhedduana escribía sus himnos, un escriba egipcio de nombre Ptahhotep escribió en un papiro, en lenguaje hierático, una colección de máximas morales para uso de su nieto. Si los versos de Enhedduana son el primer testimonio de literatura de creación que ha llegado hasta nosotros, las máximas del escriba Ptahhotep son el primer testimonio de literatura de no ficción. La comparación entre los versos y los consejos morales no deja en muy buen lugar a los varones, ya que el escriba Ptahhotep demuestra ser un tipo cínico, egoísta, sumiso y adulador. Apenas demuestra tener rastro alguno de imaginación o empatía, ni mucho menos de valentía o de sentido de la justicia, porque sus instrucciones sólo van encaminadas a garantizar el bienestar del nieto y evitarle toda clase de problemas en la vida. "Inclina tu espalda a tu superior y a tu supervisor de la casa real, y así tu casa permanecerá con sus bienes y tu recompensa estará en su lugar", dice en algún sitio el escriba. Y en otro concluye con estas palabras que podrían pasar a la historia universal de la infamia: "Es un miserable el hombre que se enfrenta a un superior". Por desgracia, el escriba Ptahhotep ha demostrado ser mucho más moderno que su contemporánea Enhedduana.

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