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Daniel Capó

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Negros nubarrones

Un evidente nerviosismo recorre los centros neurálgicos del país. Hay nervios en el Partido Popular, que ve como la explosión del caso Lezo...

Un evidente nerviosismo recorre los centros neurálgicos del país. Hay nervios en el Partido Popular, que ve como la explosión del caso Lezo debilita sus expectativas electorales y alimenta el discurso del bloqueo institucional, preconizado por Pedro Sánchez y su famoso "no es no". En realidad, los favorecidos por la retahíla de incidentes que afectan a los populares no son tanto sus principales adversarios políticos -Podemos y PSOE-, como sobre todo Pedro Sánchez y su discurso antisistema y rupturista, por la influencia que este escándalo pueda tener en las primarias socialistas. Se percibe también un nerviosismo creciente en la gestora y entre los barones del PSOE, que desconfían del resultado final de las votaciones del domingo. Una eventual victoria del exsecretario general supondría abrir en canal un partido tremendamente lastimado por la profunda crisis de la socialdemocracia europea y la difícil herencia de los años de Rodríguez Zapatero. Y la opción de un resultado ajustado a favor de Susana Díaz tampoco mejora de forma significativa el panorama para los socialistas. En lo que concierne a la opinión pública, la presidenta andaluza representa la política antigua y el respeto a las instituciones. Su principal rival, en cambio, ha buscado forjar una imagen de hombre contestatario que bordea decididamente la retórica de los nuevos populismos y se suma al alboroto generado en contra del actual modelo político. Difícilmente se puede encontrar un lema más antiparlamentario que su "no es no", el cual reniega de toda posibilidad de acuerdos y se alimenta casi en exclusiva de la demonización del adversario, al que eleva a la categoría de enemigo. La sociedad española cuenta con un tercer elemento de nerviosismo en el choque entre el Procés catalán y el gobierno central, que parece ya inevitable para el próximo otoño, cuando probablemente se vivirán momentos de máxima tensión institucional. El famoso suflé soberanista dista de haber bajado, a pesar del notable cansancio que se detecta ya entre buena parte de los catalanes; tal vez porque, cuando se ha llegado a un determinado punto, la política exige estar a la altura de la imagen transmitida a la ciudadanía. En manos de las promesas y del mito, dar marcha atrás, negociar o acordar, se interpretaría como una traición a las esencias del Procés. Las utopías sólo conducen al desastre.

Tres frentes meteorológicos asoman por el horizonte, cada uno de ellos con sus respectivos niveles de peligrosidad. El factor clave es Cataluña -algo que no sucedería en una situación de estabilidad institucional- y este riesgo subraya aún más la importancia de las primarias socialistas del domingo. En la candidatura de Pedro Sánchez se condesa un malestar perturbador, que se sitúa más allá del contenido de un programa concreto. En realidad, cabe preguntarse si se vota a un secretario general o un proyecto determinado. Más aún, lo determinante es si los socialistas votan sólo un lema -"no es no"- y un mensaje determinado en contra de ofrecer un mínimo de estabilidad a la legislatura o si, por el contrario, lo que debe primar es un programa y un modelo de cohesión adaptado a las nuevos desafíos de nuestra época. No se trata, ni mucho menos, de una cuestión sin importancia. Del resultado de las primarias depende el futuro inmediato de nuestro país. Y, como sabemos, la sobrecarga de tensión emotiva suele ser mala consejera a la hora de tomar decisiones.

Desde el estallido de la crisis económica hace ahora ya una década, la tradicional bipolaridad española ha regresado alentada además por un entorno internacional complejo y desasosegante. ¿Qué tipo de partidos y de líderes políticos necesita una sociedad afectada por la fractura y la desigualdad? ¿Serán capaces nuestros dirigentes de estar a la altura de las circunstancias y responder con sentido de Estado a una de las coyunturas más complicadas que ha vivido España en estas últimas décadas? ¿Y los votantes sabrán estarlo? Debemos confiar en la solidez institucional y en la madurez de los ciudadanos. Paradójicamente, al igual que necesitamos más Europa -y una Europa mejor-, también requerimos más y mejor política: una política, digamos, que se aleje de la algarabía callejera para centrarse de una vez en recuperar la imprescindible estabilidad.

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