Os escribo también a vosotros, a quienes me habéis pedido que redacte un escrito con mis reflexiones sobre el asunto Minerval de la UIB. Uno exponía algo así como que, no hacerlo, era un acto de cobardía. Un comportamiento de mirar la calle desde la comodidad de la persiana mallorquina: mirar sin que te vean; ¿hablar hacia dentro en lugar de hacia fuera querías decir? El otro afirmaba que mi opinión es importante, ¿la mía? ¿y eso por qué? ¿Por qué no se la pides a esas otras profesoras que conoces en la UIB? Tengo claro que ambos pretendíais provocar este escrito. Aquí lo tenéis.

Veamos amigos, el argumento tiene debilidades: no decir nada en una tribuna pública es, en todo caso, la situación de la mayoría de las personas que formamos parte de la UIB. Se supone que nuestros foros deben estar dentro de la universidad. Por otra parte, todo lo que pienso de este asunto ya lo sabéis. También lo saben, y comparten las personas que me rodean, dentro y fuera de la universidad. Una cosa es tener un comportamiento reprobable bajo el logo de la UIB y otra cosa es no actuar e informar en tiempo, en forma, y con contundencia, ante dicho comportamiento desde esa misma plataforma.

Es conocida mi forma alta y clara de abordar estos asuntos sin persiana mallorquina que medie. Sin embargo, debo decir que no tengo ni he tenido foro de expresión alguno en el contexto de la universidad porque no se me ha convocado a ninguno. Puedo decir tranquilamente eso tan manido de "me enteré por la prensa". Ni siquiera estaba en España cuando estalló el caso. Toda la información llegó a mi WhatsApp por parte de la gente más allegada con la que comparto reflexiones y proyecto de vida. Esa prensa, por tanto, fue mi única fuente de información y la de la mayoría de los miembros de la UIB. Así pues, amigo, habrá que retirar esos argumentos que nada tienen que ver conmigo. Lo que pienso del asunto Minerval no se aleja de la información que han aportado los medios de comunicación de forma exhaustiva y que ahora está en manos de la justicia.

Esta semana he estado en la embajada de Estados Unidos en Madrid para solicitar la visa de entrada -con motivo del congreso anual de prevención que se celebra en Washington DC- y al que asisto desde hace más de una década. Mientras esperaba mi turno, empezaron a dar información sobre las principales universidades de Estados Unidos en la televisión que tenían instalada con ese objetivo. Vaya, pensé, saltaría ahora mismo a cualquiera de ellas sin dudarlo; la información exhaustiva y atractiva que aparecía en pantalla hablaba de todo aquello que hace más de dos décadas -desde mi primer contacto con la Universidad de Columbia en Nueva York cuando era becaria de investigación-, entendí que debía ser la universidad.

Un lugar en el que la única política que se ejerza sea la política universitaria vinculada a la docencia, la investigación la profesionalización y la diseminación del conocimiento y de la cultura. Un lugar en el que el alumnado sea el centro de atención en esa ecuación docente, investigadora y profesionalizadora. Un lugar en el que se cultive y refuerce el valor del esfuerzo y del mérito y se fomente la evaluación externa. Un lugar que permita y favorezca el debate dentro y fuera de la universidad. Un lugar en el que se favorezca y promocione la excelencia del profesorado y de los miembros de la administración docente. Un lugar en el que la información fluya sin cortapisas a través de los espacios de que se dispone -el Consejo de Gobierno y el claustro universitario-, para debatir de forma ordinaria y extraordinaria, los asuntos de esta Institución, hasta no hace mucho prestigiosa y prestigiada.

Aunque no es el caso en España, por lo menos en la universidad pública, desde mi punto de vista los cargos de alta gestión de la universidad deberían elegirse de forma rigurosa según perfiles profesionales. Igual que en cualquier otro lugar de trabajo: curriculum vitae de los méritos y logros de gestión aportados a la Institución universitaria. Mientras llega ese momento, el perfil de la máxima autoridad -según mi criterio-, debería ser un perfil docente e investigador de máximo nivel. En cuanto a la duración en ese cometido, un periodo máximo de ocho años sin renovación posible en ninguna circunstancia. La UIB necesita personas con capacidad para asumir responsabilidades; personas con capacidad para imaginar y gestionar un futuro universitario. En cualquier caso, la renovación generacional empieza por uno mismo.

* Catedrática de Universidad en la UIB