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Verde y con asas

Me van a acusar de ser un gruñón empedernido con este país nuestro y sus movidas políticas. Cierto. Lo soy. Pero es que voy mirando a nuestro alrededor y me voy preguntando por qué ellos sí y nosotros ni de broma.

Tomemos la elección de Emmanuel Macron, que al grito de "¡Europa, Europa!" y a los acordes del Himno de la Alegría de Beethoven, se convierte hoy en Presidente de Francia. Le ha bastado un año para convencer a sus connacionales de que era el mejor cualificado para resultar elegido (en la segunda vuelta) con un aplastante 66% de los votos. Resulta inmediatamente atractivo no solo por su edad, 39 años, sino por su bagaje profesional e intelectual. Es inspector de finanzas (a quien me recordará esto), licenciado de la prestigiosa ENA, ha sido consejero económico y después ministro de Economía del presidente Hollande; y ha sido banquero de éxito sin que lo hayan imputado por inmoralidad alguna.

No acaba ahí la cosa, porque mi verdadera admiración nace de que es un consumado pianista y un sólido filósofo que revisó y corrigió un texto de su maestro, Paul Ricoeur, y un pragmático al que no han parado mientes los rigores de la disciplina programática o ideológica de un partido político: atendiendo a sus convicciones, ha entresacado los puntos que más le seducían de cada uno para incluirlos en su programa y convencer a la parroquia.

Y aún queda lo más admirable: se enamoró de su profesora de instituto, que era unos años mayor que él y se acabó casando con ella. Ahora sus hijos, alguno mayor que él, lo respetan y lo quieren como padre. Quién da más.

De su acceso a la vida política de Francia deben quedar para el análisis tres cuestiones: cómo un solo individuo es capaz de vencer al conjunto de los partidos políticos franceses sin aplicar a su discurso deslenguadas exhibiciones populistas. Cómo se las va a componer para que no lo trituren esos mismos partidos cuando él concurra en junio a las elecciones parlamentarias con apenas unos mimbres y sin la ayuda de personalidades conocidas. Y qué debe hacerse con un país en el que diez millones de ciudadanos dieron su voto a una candidata de extrema derecha. Patienter dicen los franceses, esperar pacientemente.

Mientras tanto, en el patio de casa, el hogar del doble lenjuage, los progresistas siguen topando con el muro indestructible, al parecer, de la resistencia conservadora. Mucha memoria histórica, mucho querer romper con el pasado, pero el gobierno del PP no va a hacer caso de la recomendación del Parlamento de trasladar el cadáver de Franco, el dictador, del Valle de los Caídos a cualquier otro sitio de recuerdo menos infame. ¿Por qué? ¿Qué miedo tienen a ofender cuáles sentimientos de qué gente prácticamente desaparecida de la circulación?

Hace unos días se produjo un incidente algo chusco en torno a quién se "chivó", si al fiscal general o el fiscal general. Todo ello constituye una menudencia al lado de la cantidad de ponzoña que cubre el chivatazo. Después, el ministro de Justicia declara en las Cortes que hay una caza de brujas contra él, el PP y su partido en el gobierno. Será porque son brujas, ¿no? O será que la misión parlamentaria tiene por objeto, entre otras cosas, escarbar, inquirir, criticar, censurar al Ejecutivo, que para eso está. Y si preguntan a un ministro por sus actividades limpias o sucias, debe contestar, no escudarse en la manía que algunos (casi todos, en este caso) parecen tenerle.

Mientras tanto, el doble lenguaje impera en la comunidad catalana. Los líderes independistas dicen en público que van a por la independencia caiga quien caiga, y ante los jueces aseguran que no era eso, sino todo lo contrario, impulsados por un conjunto de revoltosos de patio de colegio, la CUP, que solo teme a unas nuevas elecciones autonómicas que los barran del mapa. Cataluña, la moderada y la revolucionaria, la bella culta, la de Eduardo Mendoza y Saura, la progresista, la rica y la pobre, la de los autóctonos y la de los inmigrantes, no se merece la CUP. Como estos se salgan con la suya, acabarán en una proclamación unilateral de independencia, sí, pero de la República Independiente de Ikea, como el anuncio de la tele.

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