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Sor Marta

Si no fuese tan grave y patético, habría que agradecer a la familia Pujol esa perla que nos acaban de dejar para que vayamos desternillándonos un rato. Para quienes andamos con ganas de sacar punta a cualquier tema, resulta que ante semejante montaje de misales y madres superioras no sabemos cómo reaccionar. Cualquier articulista, por muy ingenioso que pretenda ser, siempre quedará por detrás de los hechos, nunca estará a la altura de los acontecimientos. En este caso no hay nada que hiperbolizar, nada que exagerar o caricaturizar. Pues han sido ellos, los Pujol, quienes han dibujado su propia caricatura. La matriarca nos ha servido el menú completo. La familia Pujol y sor Marta, en concreto, nos han fastidiado el cuento, pues el cuento lo han construido ellos y poco hay que añadir a la burla. Podríamos pecar de ingenuos y dárnoslas de escandalizados, pero lo cierto es que antes de rasgarnos las vestiduras y poner cara de falsos indignados, es justo soltar una sonora carcajada y, como mínimo, reconocer que sor Marta ha sabido conjugar el fervor religioso con el pragmatismo más crudo. En un pispás ha metido en cada misal un millón, y el primogénito ha devenido un sagaz sacerdote de gafas oscuras. Con una mano, si puede ser húmeda, acaricia infantes a punto de primera comunión y con la otra mano desliza sumas estratosféricas, casi celestiales de tan elevadas, de dinero contante, aunque durante demasiado tiempo nada sonante. No es fácil mostrarse burlón y cáustico cuando la noticia a secas es ya insuperable, un ejemplo perfecto de mafia con barretina. Es suficiente con limitarse a la lectura, a los hechos. Aunque, no se corten y reconózcanme que estoy haciendo lo que puedo al respecto. Pero, como digo, imposible sacar más punta a este lápiz. O sí, nunca se sabe y al final casi siempre nos quedamos cortos.

Tal vez, a los miembros de tan jocosa familia, les avergüence más este sonoro ridículo que otra cosa. Al escarnio público, debido a su venerable y honorable estafa de larguísimo recorrido, hay que sumarle esta estruendosa patochada. Ahora bien, dada la indomable actitud de sor Marta, quizá ni vergüenza sienta. Es sabido que hay un cierto nacionalismo que gusta de perfumarse con incienso de sacristía. Hay mucho párroco recalcitrante de ladeado cuello, al modo del patriarca Jordi, que nos quiere hacer creer que ese leve torcimiento de cuello es sinónimo de bondad e infinita compasión para con el prójimo. Si el patriarca es más taimado, la monja guerrera ha salido más rabiosa y proclive a mandar a la mierda a quien ose formularle preguntas poco confortables. Habrase visto semejante desfachatez, dicen sus ojos y su malhumor perenne. Así es como ha funcionado la dama del paracaídas. No en vano, desde el cielo una puede dominar de un golpe de ojo todo el territorio catalán, para ellos algo así como un latifundio que han ido gestionando con fervor montserratino. La tremenda sor tiene su mérito, pues nos ha hecho reír sin pretenderlo. Ahora bien, una vez acabada la carcajada y ya agotadas las chanzas, habrá que despertar del largo sueño ferrusoliano y decirles a la cara lo caradura que han sido. Y más, si cabe, tras las inestimables lecciones de ética que ha ido impartiendo, siempre con el cuello convenientemente ladeado, muy al modo sacerdotal, el honorable. Y el resto, asintiendo con impecable mansedumbre. Sin embargo, aquí el genio lo pone la matriarca, bendiciendo con incienso la evasión de capital, pergeñando una historia de capellanes y reverendos, misales y devoción cristiana. Sólo por eso, por esa capacidad de construir un relato que aúne la satrapía y la fe inquebrantable en un dios perdonador, la pena impuesta merecería una cláusula que resaltara el mérito novelesco de esta madre superiora. No fotem.

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