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Eduardo Jordà

Impuestos

Hace unos años, el actor Gérard Depardieu solicitó la ciudadanía rusa y se empadronó en una remota ciudad de Rusia -en la remota república de Mordovia, nada menos- en protesta por el impuesto del 75% de los ingresos que el nuevo gobierno socialista de François Hollande obligaba a pagar a las grandes fortunas. Recuerdo que mucha gente se indignó contra Dépardieu por su falta de generosidad. Pero yo -que desde luego no soy rico- me extrañé mucho de que se pudiera cobrar un impuesto del 75% a un actor como Dépardieu, que había ganado su dinero haciendo su trabajo de forma honrada, sin especular en la Bolsa y sin dirigir empresas fraudulentas, ni mucho menos sobornando y embaucando y robando dinero público, como suelen hacerse muchas de las grandes fortunas en nuestro país.

Un 75% por ciento de impuestos es muchísimo dinero, y eso que las cosas podrían ser aún peores. En Suecia, en los años de oro de la socialdemocracia -los años 70 del siglo pasado-, había un impuesto que podía llegar al 102% de los ingresos. Han oído bien, un 102%. La escritora Astrid Lindgren -autora de los libros de “Pippi Calzaslargas”- se quejó en una carta pública de que ella, como autora auto-empleada que no tenía ninguna clase de beneficios fiscales, tenía que pagar ese porcentaje sobre sus ganancias. Es decir, que ganar dinero le estaba costando más dinero aún del que percibía por sus ingresos. La carta tuvo tal repercusión que en 1976 cayó el gobierno socialdemócrata sueco y se suavizó la salvaje política fiscal que también había estado a punto de encarcelar al director Ingmar Bergman. En unas páginas magistrales de “Linterna mágica”, Bergman contó que fue detenido en el escenario de un teatro -el Dramaten de Estocolmo-, justo en medio de los ensayos de “La danza de la muerte” de Strindberg. Ese día, en enero de 1976, dos detectives de finanzas se lo llevaron a comisaría, bajo la acusación de haber defraudado 180.000 coronas a través de una empresa radicada en el extranjero. Bergman se puso tan nervioso que tuvo un retortijón que le obligó a correr a encerrarse en el water. El puntilloso inspector fiscal se empeñó en inspeccionar el retrete y le prohibió cerrar la puerta. Y luego se sentó fuera, junto a la puerta, vigilando al sospechoso. Para que luego digan de los funcionarios públicos.

El caso es que estos días se ha sabido que Javier Bardem ha sido multado por Hacienda por dos infracciones tributarias. La multa era considerable -150.000 euros-, pero lo más curioso es que las redes sociales se han llenado de insultos contra Bardem, al que se ha acusado -injustamente- hasta de ser mal actor, cosa que desde luego Bardem no es en absoluto. El problema es otro. Y es que Bardem -a diferencia de Depardieu- ha defendido siempre políticas muy de izquierdas y muy críticas con los gobiernos de derechas y con el liberalismo económico que recorta las prestaciones sociales. Por supuesto que Bardem tiene derecho a hacer lo que le dé la gana con su dinero, que ha obtenido haciendo un trabajo muchas veces admirable y sin robar a nadie, a diferencia de tantos otros, repito, que se han hecho ricos en nuestro país. Pero el asunto importante de esta historia es que hay una izquierda -la que el mismo Bardem defiende con uñas y dientes- que pretende acabar con todos los problemas públicos (el desempleo, la deslocalización industrial, la desigualdad, la exclusión social, la corrupción) aumentando los impuestos a los ricos. Y entre los ricos, por supuesto, está Javier Bardem, que gana cien veces más -¡cien veces más!- que cualquier becario o trabajador eventual. Y no conviene olvidar tampoco que el socialista François Hollande, el político que impuso el impuesto del 75% a las grandes fortunas francesas, es considerado un pelele del capital y un vergonzoso ultraliberal por nuestros políticos de izquierda a quienes apoya Bardem. Alberto Garzón, por ejemplo, incluso ha acusado a Hollande de crear las condiciones apocalípticas que han dado alas a la ultraderecha de Marine Le Pen. Y éste, insisto, es el problema.

Si los favoritos de Bardem ganaran alguna vez las elecciones -tal como desea, suponemos, Bardem-, lo primero que harían sería imponer un fuerte impuesto a las grandes fortunas, entre ellas, como es natural, la de Bardem. Y como ya sabemos que el 75% impositivo de Hollande les parece muy poquita cosa -una fruslería de políticos ultraliberales en manos del capital y el club Bilderberg y los grandes magnates financieros-, quizá ya se están planteando introducir el impuesto del 102% que existió en su día en Suecia, en la añorada edad de oro de la socialdemocracia europea. Aunque eso, quizá, es lo que Bardem en el fondo desea. Los artistas, ya lo sabemos, son gente muy rara.

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