Desde que los medios de comunicación viven en Internet, el periodismo se ha convertido en una ciencia exacta. Como las matemáticas. Hubo un tiempo en que el olfato de los maestros del oficio sentaba cátedra. Era el suyo un sentido único e indispensable para encontrar el filón y movilizar a cohortes de sabuesos hacia lo que interesaba y lo que no. Con la digitalización, que no significa otra cosa que regalar sin saberlo la intimidad para convertir las intuiciones en certezas, todo tiene medida. Hasta el amor carece de sentido si no puede reducirse a códigos binarios porque el nuevo oro de esta era son los datos. Señor, señora, ándense con tiento. Ya no hacen falta confesores. Usted entra en Facebook a reírse de la última chorrada del vecino y sólo por eso le descubren sus pasiones recónditas y sus pensamientos secretos.

Unos cuantos gurús acaban de citarse en Austin, Estados Unidos, para llorar las penas de la prensa y dictaminar los mandamientos modernos. Son trece, pero pueden resumirse en uno: "Los periodistas, con ayuda de las métricas, tienen que pensar para quién están escribiendo". Alabado sea el santísimo. Lo nuevo novísimo de rastrear noticas es tan antiguo como lo viejo viejísimo: amarás al lector sobre todas las cosas. Como siempre.

Internet es lo mejor que le pudo pasar al periodismo para reencontrarse con su público. Lo tiene al lado. Lo importante es conseguir y divulgar historias de calidad, comprobadas, hilvanadas con excelencia, frescas, originales y sorprendentes. Como siempre, sólo que ahora con herramientas para afinar y establecer una relación casi personal con los receptores. Una bendición para las dos patas esenciales de la sagrada misión de contar: utilidad y descubrimiento. Esta revolución no engaña. Desnuda sin piedad el mal periodismo.

Sólo resta que el ciudadano libre e inteligente, el que no soporta las manipulaciones, tome nota y empiece a diferenciar consecuentemente los hechos fidedignos de las trolas espectaculares, la cháchara absurda del conocimiento provechoso, el relato orientador del exabrupto espurio. Y que asuma de una vez que acometer con profesionalidad la tarea de servirle en ese discernimiento, como todo y como siempre, tiene un precio porque aporta valor. Estar informado no es leer cualquier cosa ni en cualquier parte, y resulta más necesario que nunca. Quien en la compleja sociedad de hoy renuncie a enterarse bien de la actualidad lo pasará pipa con los vídeos de YouTube pero será carne de cañón mañana. El nuevo paria.