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La partida y el malestar continúan

El domingo por la noche, Macron optó por una puesta en escena solemne y europeísta para su primer acto público como presidente electo. Atravesó en sombras, y a los acordes del Himno a la Alegría, el gran patio Napoleón del Louvre -ni el Trocadero donde suele arremolinarse la derecha, ni la Bastilla donde le gusta hacerlo a la izquierda- y surgió a la luz junto a la pirámide de cristal del chino Pei. Su discurso, serio y medido para muchos, soporífero para sus detractores, fue ante todo una celebración del éxito de su aventura, la de conquistar la Presidencia al margen de los pilares de la República, con un programa socioliberal que busca aglutinar a la derecha moderada, el centro y la socialdemocracia moderada. Pero también fue un reconocimiento de que su ascenso al Elíseo se ha hecho a lomos de muchos votos prestados. Unos doce millones, dos tercios de ellos para frenar a Marine Le Pen. Un préstamo de gran calado que, sin embargo, palidece ante los 20 millones que le dejaron los franceses a Chirac en 2002 para laminar a Jean-Marie Le Pen. De ahí el contraste entre el 82,21%-17,79% con el que se impuso Chirac y el 66,1%-33,9% conseguido por Macron. Aquellos 64,4 puntos se han quedado en 32,2. Justo la mitad.

La distancia que separa un resultado de otro mide hasta qué punto el malestar ciudadano se ha ido abriendo paso en Francia estos 15 años y, además, refleja las dudas que suscitan el perfil financiero y el programa liberal de Macron. Un descontento que hunde sus raíces en el estancamiento económico, del que Le Pen culpa a la globalización, pero también en el rechazo a la inmigración y en el miedo al terrorismo. Tres factores que han izado a Le Pen hasta los 10,64 millones de votos pese a la inconsistencia de su programa. Son casi el doble de los 5,5 millones que en 2002 sostuvieron a su padre frente a Chirac.

El malestar también se ha expresado en unas cifras de abstención y de voto blanco y nulo que marcan un récord desde 1969, igual que la bajada de la participación entre ambas vueltas. Doce millones de abstencionistas que no vieron interés en ir a votar, ni siquiera para conjurar el fantasma lepenista. Doce millones de ausentes a los que hay que sumar los cuatro millones que decidieron mostrar su afecto a las urnas y su desafecto a Macron con una papeleta blanca o nula.

En suma, hay 16 millones largos de franceses que no están ni con Le Pen ni con Macron. Representan un malestar oceánico que, según encuestas difundidas la pasada semana, se plasman en un 54% de franceses que ven la globalización como una amenaza, un 51% a los que pensar en el futuro de la economía les produce ansiedad, un 55% que busca refugio en el tradicionalismo, un 88% que desconfía de los políticos y un 75% para los que la oposición derecha-izquierda ha perdido ya cualquier tipo de sentido.

Combatir todo ese malestar para que, en palabras de Macron el domingo por la noche en el Louvre, "no haya en el futuro razones para votar a los extremismos" es la tarea que abordará el nuevo presidente desde el próximo domingo. Lo hará con un programa liberal, heredado en parte de Hollande, que pretende combinar la austeridad (60.000 millones en recortes, 125.000 funcionarios menos) con estímulos a las empresas (reforma laboral, reducción de impuestos y cargas sociales), en el enésimo intento de doblegar un paro instalado en el 10%. El programa, que promete proteger a los "oprimidos", fía mucho al avance en la construcción europea -en íntima alianza con Alemania- y a la regeneración de la vida pública gala, marcada como en buena parte de Europa por la corrupción.

Pero antes de acometer esa tarea, Macron tiene que disputar con éxito la siguiente mano de la partida: las dos rondas legislativas del 11 y el 18 de junio en las que su partido, rebautizado ayer como República en Marcha (REM), deberá obtener un resultado que le permita abrirse a derecha e izquierda para forjar una mayoría presidencial. Dos sondeos difundidos este domingo sitúan a REM en primer lugar (24%-26%), algo por delante de conservadores y ultraderechistas.

Hasta que no se constituya ese nuevo Parlamento, Macron no podrá legislar, tan sólo emitir señales. La primera será la elección de un primer ministro cuyo nombre, se cree, se anunciará estos días. ¿Saldrá del socialismo? ¿Del centro? ¿De la derecha? La segunda, será un anteproyecto de moralización de la vida pública cuya difusión se hará antes de los comicios para que los candidatos sepan a qué atenerse. Así pues, la partida continúa y, por cierto, no se estabilizará hasta que, a finales de septiembre, se desvele quién llevará el timón de Alemania. De modo que será larga.

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