Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Columnata abierta

Con tres copas de vino

En treinta años no existirá el cáncer, y el ser humano será capaz de rejuvenecer. Quizá sea antes, porque en dos décadas la inteligencia artificial superará a la humana. Los ordenadores dispondrán de más transistores que neuronas tiene nuestro cerebro, serán capaces de procesar cantidades ingentes de información a velocidades inimaginables, y podrán aprender por sí mismos. La semana pasada un hombre extremadamente inteligente vino a Palma para hablar de magia, y yo creo en la magia desde que era niño. Todo esto va a suceder, no me cabe la menor duda. José Luis Cordeiro es uno de los profesores fundadores de la Singularity University en Silicon Valley, un tipo brillante, divertido, apasionado con su trabajo y con un elevado sentido comercial de su misión en este mundo: alcanzar la inmortalidad. Si el spaguetti western de Sergio Leone nos enseñó que la muerte tenía un precio, no iba a ser menos una promesa de eternidad. El plan A es no morir. El plan B, mientras esperamos que se resuelvan los detalles del asunto, es la criopreservación, de momento para personas pudientes que puedan asistir a los congresos que organiza Cordeiro. No digo ya someterse a sus tratamientos.

Lo que ha sucedido en los últimos años en el campo de la biotecnología se aproxima a la ciencia ficción. Esos avances exponenciales permiten augurar en un futuro no lejano una solución a enfermedades degenerativas hoy devastadoras, y la extensión del genoma personalizado permitirá tratamientos capaces de doblegar cualquier tumor. Esto ocurrirá, y la única duda es saber cuándo. Los bebés de hoy verán seres humanos de 150 años. Cordeiro dice que la singularidad tecnológica va a ser capaz de solucionar el mayor problema del ser humano: la muerte. Y es aquí donde me parece que el discurso de este visionario comienza a resquebrajarse, al menos en apariencia. La gran aspiración de una inteligencia sana no es la vida eterna, sino la felicidad. Cordeiro afirma que no hay que tener miedo a la inteligencia artificial, sino a la estupidez humana. Estoy de acuerdo, pero conviene advertir que ambas son compatibles. Este ingeniero formado en el Instituto Tecnológico de Massachussetts -el celebérrimo MIT- cita a Japón como ejemplo de una cultura que ha evolucionado hacia una visión amable de la robótica. Doraemon ha vencido a Mazinger Z. Pero también es una sociedad donde un porcentaje alarmante de hombres y mujeres menores de 40 años renuncia por completo a mantener relaciones sexuales. Y aún peor: el contacto físico se viene reduciendo hasta tal punto que existen servicios de pago para acariciar a personas sin ninguna intención lúbrica. Que paren este mundo que yo me bajo.

En los próximos años la telepatía dejará de consistir en un súper poder para convertirse en una realidad cotidiana. Cerebros humanos conectados por electrodos permitirán que la charla que impartió Cordeiro en una hora se pueda transmitir a cada oyente en un segundo. La pregunta es para qué. Qué hacer con esa hora de ahorro, cómo llenar de placeres y emociones los 150 años de vida. Si "hablar es una tecnología primitiva" quiere decir que estamos reinventando el ser humano. Yo no me opongo a que haya personas que renuncien a conversar, pero me gustaría saber cuál es la alternativa. Si el futuro apunta al modelo japonés lo veo aburrido. La simbiosis hombre-máquina ofrece diversas soluciones prácticas, pero elimina de un tajo la mayoría de placeres mundanos, y también algunos de los goces intelectuales. Entré en la charla de Cordeiro con el primer café de la mañana, algo somnoliento, porque la noche anterior me dieron las tantas con una pequeña joya entre mis manos. La vista desde aquí, de Ignacio Peyro (editorial Elba) recoge las conversaciones del autor con un mallorquín brillante, Valentí Puig. Ese diálogo es una auténtico festival de la inteligencia -la humana- y en su introducción Peyró cita a Fumaroli como vacuna inconsciente contra esa telepatía futurista: la conversación supone un aprendizaje recíproco de humanidad. Justo lo que más necesitamos hoy, además de la vacuna contra el cáncer.

Pero Cordeiro no sólo defiende el desarrollo imparable de la robótica, sino que él mismo se pone a salvo de la estupidez humana. Sabe, o al menos intuye, que "la muerte de la muerte" conlleva cuestiones filosóficas que no caben en millones de terabytes ni en la secuencia del genoma humano. Por eso, al acabar su spot comercial para asistir a sus congresos, apunta al papel de las religiones, y hacia una dimensión espiritual del ser humano, sin aclarar si la inteligencia artificial será también capaz de llenar de felicidad una vida eterna. En ese punto frenó en seco, porque no le parecía un tema para discutir en un desayuno sino más bien en una cena con tres copas de vino. Con esa conclusión desmontó en una sola frase una parte importante de su charla previa. Se apuntaba así al método de Peyró y Puig, paladeando algún caldo glorioso cada uno en su chéster.

Compartir el artículo

stats