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No habrá 'Frexit', a Macron gracias

Tras una primera vuelta en el proceso electoral para optar a la presidencia de la república francesa, el socioliberal Emmanuel Macron, joven economista también licenciado en filosofía y exministro durante el mandato de Hollande, se enfrenta hoy a la lideresa del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen. Todas las predicciones apuntan a una nueva victoria del primero que, si en la anterior confrontación la superó por casi un millón de votos, hoy podría sumar entre un 56-60% frente al 40-44% de su rival, con una participación que podría rondar el 70%.

No se trata de que el movimiento ¡En Marche!, que preside Macron, cuente con todas las bazas a su favor, ya que las preferencias de los electores, en su conjunto, se han desplazado hacia una derecha más o menos radicalizada en comparación a lo sucedido en décadas anteriores. Sin embargo, y aunque el veterano sociólogo Edgar Morin apuntase en días pasados que se iniciará un salto hacia lo desconocido, convendrá recordar, con Heráclito, que todo fluye. Aunque nunca hacia atrás y, frente al conservadurismo a ultranza, simplón por unidimensional, tópico y oportunista que enarbola Le Pen, es probable que el dilema que se plantea frente a las urnas se limite a elegir entre lo regular o lo peor: entre lo dudoso y lo detestable a tenor de las respectivas propuestas, debatidas en la confrontación televisiva del pasado miércoles.

El programa del Frente Nacional que fundara en 1972 el padre de la actual candidata, hace patente su resistencia al cambio aunque éste pudiera, a la larga, mejorar la situación. Aferrarse al pasado con uñas y dientes es consustancial a la derecha radical y, para lograrlo, nada mejor que atizar esos miedos que conforman (Doctorow) el lado antediluviano de la ciudadanía. En dicha tónica, se aboga por el servicio militar obligatorio; un nacionalismo que apostaría de nuevo por el Estado-nación frente al cosmopolitismo y, en línea con el ombliguismo propio de semejante ideología, la inmigración se juzga como una permanente amenaza para la población autóctona, lo que, de obtener el Frente Nacional un consenso mayoritario, daría razón al escritor Kureishi cuando afirmó que no hay país en Europa más racista que Francia. Pese a todo, Le Pen ha demostrado no dar puntada sin hilo en estos días y, seguramente por mera estrategia (acertada a lo que se ve, ya que al término de la campaña y según distintas encuestas parecía haber aumentado su aceptación), ha difuminado su inicial apuesta por abandonar la UE, que subordinaría a un referéndum sin plazo temporal -a diferencia del soberanismo catalán-, lo que dice bastante de su perspicacia.

Por lo que respecta al presunto ganador, Macron, el radicalismo más o menos explícito de su oponente es la principal carta con que cuenta para, pese a unos planteamientos ambiguos, con poca garra y de centro derecha (al estilo de C´s aquí), hacerse con el Elíseo en los próximos cinco años. No ha conseguido aliar en su bando (el del "banquero Macron" y "niño bonito del sistema", como dice Le Pen al referirse a él) a Mélenchon, el izquierdista de Francia Insumisa que ha evitado aconsejar a sus correligionarios en uno u otro sentido y se decanta por el voto en blanco. Pero tanto conservadores antilepenianos como socialistas, se disponen a apoyarle siquiera como mal menor y, por su manifiesto propósito de seguir contribuyendo a la consolidación de la UE, en línea con lo sucedido en Holanda o Austria, la Comisión Europea respiró aliviada tras su pasado éxito y el refrendo del mismo que en unas horas tendrá lugar, pese al rechazo que despierta entre los ultrapopulistas a derecha e izquierda.

En el escenario que se ha venido dibujando, Macron se perfila como presidente aunque el voto de la derecha sin tapujos sea siempre más fiel y ser ése el perfil que cobra fuerza si se considera el acusado ascenso de los nacionalismos en todo el continente; una decadencia europea respecto a lo que podría ser, y cuyos aún defensores procuran revitalizar con suerte dispar. A modo de pincelada metafórica, lo que ahora se plantea en el vecino país no es sino, en qué medida, aquella recomendación del médico Cardoso a Pereira, en la novela de Tabucchi Sostiene Pereira ("Deje ya de frecuentar el pasado -le conminaba-: frecuente el futuro"), pueda servir para permear las conciencias de los electores. En otras palabras: afrontar el porvenir merced a la apertura, a la colaboración solidaria en lugar del nostálgico cierre para ensimismarse en pasadas esencias, como defiende en Francia el Frente Nacional.

Los ciudadanos de la Europa comunitaria se ven abocados, una vez más, a trascender la propaganda coyuntural y las soluciones binarias para apostar con perspectiva otra que el cortoplacismo, la protesta airada o el prolongado desencanto. Hay quienes afirman que en la primera vuelta electoral se vota con el corazón y, en la segunda, con la cabeza. Por eso, entre otras razones, muchos confiamos en que Macron se lleve finalmente el gato al agua y, de paso, lo sucedido tenga valor pedagógico para nuestro porvenir. Que buena falta nos hace.

Después, mañana, la polémica seguirá sin disiparse y continuará el debate con argumentos varios y al gusto de cada cual pero, para empezar, habrá que atenerse a los hechos. A Macron gracias.

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