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Columnata abierta

Los dos pelotones

Pensaba que era un freaky, pero con el tiempo fui viniendo que no era para tanto porque había muchos como yo. No lo contaba, pero cuando escogía un hotel para alojarme, viajando por el motivo que fuera, me fijaba en que tuviera cerca algún buen sitio para correr. Es verdad que se puede trotar casi por cualquier lugar, pero no es lo mismo dar vueltas a las naves de un polígono industrial que recorrer los caminos de tierra del Djurgården, una isla-parque de 280 hectáreas a cinco minutos del centro de Estocolmo. Se puede respirar el humo de los coches en cualquier ciudad del mundo, o recorrer bajo los árboles la inmensa avenida central del Prater de Viena, escuchando cada tanto los cascos de los caballos que tiran de los fiaker, sus famosos carros. Cada pisada impactando sobre el duro asfalto de un arcén, o haciendo crujir la grava de los caminos que circunvalan la Villa Borghese en Roma. El Grant Park en Chicago, la ribera del río Charles en Boston, el canal Stadsgraven en Copenhague, el Tiergarten de Berlín, los jardines del Palacio Imperial en Tokio € definitivamente, Palma no es la mejor ciudad del mundo para correr, y a pesar de ello cada día corre más gente.

Los jardines de Marivent, esa conquista soñada, no darán para mucho a la hora de desgastar zapatillas. Las baldosas del paseo frente a la catedral son suficientes para entrenar un maratón, y también para destrozarte las articulaciones aunque la vista no pare de gozar frente al mar. Y los parques dan para lo que dan. Honestamente, nadie elegirá Palma para vivir o visitar por la calidad de sus carreras urbanas. Hay muchas razones para viajar a nuestra capital, pero esa no se encontraría entre los cincuenta primeras. Sucede que Mallorca es uno de los mejores lugares del mundo -quizá el mejor- para practicar un tipo concreto de cicloturismo, y eso, que debería ser un motivo de orgullo y una fortaleza turística incuestionable, algunos sólo lo ven como un gigantesco problema.

El pasado sábado hubo múltiples cortes de carretera en el norte de Mallorca, algunos de muchas horas, que provocaron más que molestias a los ciudadanos afectados. Incluso he leído que se conculcaron derechos constitucionales, como el de libre deambulación por el territorio. Nosotros somos así. Todo lo hacemos a lo grande, los cortes de carretera y las críticas. No me entretendré en los beneficios que genera la marcha ciclista Mallorca 312 -como es obvio no sólo a sus organizadores- ni tampoco en las incomodidades generadas. A mi lo que me fascina es el tono del debate, la virulencia de los argumentos tratándose de un asunto que es cualquier cosa menos blanco o negro. Se habla de un negocio particular por los mismos que defienden eso de la capilarización de los beneficios del turismo. Deben pensar que el propietario de un bar de Petra, o de Bunyola, que cada día durante meses ve multiplicar su recaudación con respecto a lo que obtenía hace unos años, lo ingresa todo en su cuenta bancaria. No lo gasta en otros negocios de su pueblo, ni crea puestos de trabajo, ni paga impuestos, ni invierte en mejorar su local para adaptarlo a una nueva demanda. Se lo lleva crudo mientras los demás soportamos el pedaleo cansino de sus clientes en nuestras carreteras. Este es el nivel del análisis.

Como todo evoluciona, el clásico "Mallorca para los mallorquines" ha devenido obsoleto. No se puede generalizar tanto, que somos muchos, así que Mallorca debería quedar para los mallorquines€ que no circulen en bicicleta por las carreteras, que no tengan bares donde den de beber a estos caracoles sobre ruedas, ni tiendas que les reparen sus bicicletas, ni restaurantes que repongan sus hidratos de carbono consumidos por placer. Pero hay más, porque los mallorquines aficionados a correr por la montaña también se están pasando, y los que pescan, y los que tienen barco, y los que juegan al golf o montan asociaciones gastronómicas, porque con sus extrañas aficiones lo único que hacen es estimular una demanda externa para hacer lo mismo que ellos, pero llegando en avión.

Tantos años hablando de desestacionalizar nuestra economía para llegar a este absurdo. Los límites que se han de poner al cicloturismo, como a casi todo, dan para otra columna completa. Por ejemplo, no tiene sentido exigir unas condiciones estrictas de circulación para un convoy industrial de treinta metros, que por algo se califica como "transporte especial", y permitir a un pelotón organizado de ochenta aficionados rodar sin ninguna restricción por una carretera abierta al tráfico. Y harían bien algunos imitadores baratos de Indurain en respetar más las normas de tráfico para no dar argumentos al otro pelotón, el de fusilamiento de los ciclistas.

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