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Antonio Papell

Nación de naciones

Cataluña sí tiene margen para que su singularidad ´nacional´ sea enfatizada en mayor medida

Pedro Sánchez ha defendido una vez más -no es la primera vez que lo hace„ que Cataluña es una nación, con lo que España sería una nación de compuesta, esto es, una 'nación de naciones'. Es la tesis que ha venido defendiendo el núcleo ortodoxo del PSC, que es autonomista y no independentista. Y, como en otras ocasiones, se ha generado una encendida controversia, más fuera de Cataluña que en el Principado.

Vaya por delante que Sánchez ha citado expresamente a Peces Barba, uno de los padres de la Constitución, quien usó el concepto 'nación de naciones' en un sentido bien cabal y muy concreto, que es de sobras conocido. Así, por ejemplo, en un curso celebrado en Llerena en octubre de 2011, el ilustre intelectual y político aclaraba que "en España no hay más que una nación soberana que es España, que es además el poder constituyente", pero puede haber unas "naciones culturales, que no son soberanas", y que "tienen una cultura diferenciada, además de participar de la cultura castellana, que es la cultura común de todos".

Es bien conocido que la palabra 'nación' es polisémica, ya que el concepto tiene dimensiones culturales, étnicas, geográficas y políticas que admiten distintas combinaciones. Y en el fondo, el reconocimiento que hacen de las nacionalidades históricas Sánchez, el PSC y Peces Barba no significa otra cosa que la existencia de un derecho a la diferencia que tiene perfecto encaje constitucional. Entre otras razones porque la Constitución atribuye a estos territorios el término 'nacionalidades', que, por muchos equilibrios que se hagan, guarda una fraternal familiaridad semántica y etimológica con el término 'nación'.

Descendiendo aún más a lo concreto, el uso del concepto 'nación de naciones' en ese sentido mencionado significa que la 'nación' catalana no es soberana según nuestro ordenamiento constitucional, que sin embargo reconoce la singularidad de los territorios diferenciados. Lo hace en el art. 2 al hablar de "nacionalidades y regiones", términos que la Carta Magna no define por cierto; lo hace de nuevo en la disposición transitoria segunda, al referirse a "los territorios que en el pasado hubiesen plebiscitado afirmativamente proyectos de Estatuto de autonomía", y lo hace en la disposición adicional primera, al reconocer que "la Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales".

Y ¿adónde se quiere ir a parar? Pues muy sencillo: a que si bien Cataluña no puede aspirar a la independencia si antes no reforma la Constitución, sí tiene margen para que su singularidad 'nacional' sea enfatizada en mayor medida, utilizando los cauces de reforma que el ordenamiento prevé: intentando de nuevo la reforma del Estatuto de Autonomía (cuyo ensayo se saldó en Cataluña con un fracaso tanto procesal como político) e incluso recurriendo a la reforma constitucional, que modifique la distribución de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas.

Hay, por lo tanto, campo para la negociación. O, mejor dicho, seguirá habiendo margen cuando los titulares actuales de las principales instituciones catalanas -la amalgama en vías de disolución 'Junts pel Si' y la CUP, tan incompatibles en todo lo demás„ vuelvan de su provocación rupturista y se instalen de nuevo en el Estado de derecho.

No hay, en definitiva, en nuestras constituciones occidentales -quizá convenga recordar que el Reino Unido funciona consuetudinariamente y no tiene constitución escrita„ posibilidad de negociar la secesión, pero sí de reformar el statu quo. Y aunque el Gobierno ha intentado abrir una campaña de aproximación para proponer una negociación en toda regla, no ha descendido a esas explicaciones que sin duda aliviarían la tensión y moderarían el conflicto. Porque aunque es evidente que el independentismo no es mayoritario, si hay una clara mayoría de catalanes que desea mejorar su posición política, su capacidad de autogobierno. Y si esta realidad no se afronta, el conflicto se emponzoñará aún más, quién sabe con qué consecuencias.

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