Diario de Mallorca

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Ahora que me fijo

Después

Pasé andando por una callecita estrecha y soleada. Una callecita sin tiendas, sin gente, con edificios bajos. Se escuchaba como un murmullo el silencio de la mañana. Ese silencio lleno de quehaceres, de tareas matutinas, tan diferente al silencio dormido de la noche. El aire olía a pintura fresca. En un balcón, repleto de macetas con plantas y flores, había un hombre mayor, de espaldas, pintando de verde las persianas. Ralenticé el paso y mientras lo observaba pintar, imaginé su vida.

Imaginé que se habría jubilado hace años. Imaginé que su mujer estaría dentro, empezando a cocinar un guiso para los dos. Imaginé que después de comer se sentarían en el sofá, con alguna telenovela de fondo, y dormitarían tranquilamente. Por la tarde se arreglarían un poco y bajarían a dar un paseo por el pueblo. Saludarían a amigos y a conocidos. Con algunos se pararían a hablar un rato y antes de anochecer volverían a casa agarrados del brazo. Al llegar, sonaría el teléfono y charlarían contentos con una hija que vive lejos. Ella les llama muy a menudo para ver cómo están y para mantenerlos al tanto de su vida. Esa llamada siempre les hace feliz.

Me fui calle abajo pensando en esa familia inventada, pero tan real, al fin y al cabo. Llegué a la carnicería y un hombre vestido con uniforme de trabajo me dio la vez. Todos le felicitaban. Todos le hacían bromas y reían. Todos estaban contentos. Todos, menos él. Él sonreía a cada comentario, pero sonreía triste. «¡Se acaba de jubilar!» me dijo el carnicero muy contento. Me giré y le felicité también.

Contestó a mi felicitación agachando la cabeza y hablando muy bajito, como si me dijera una confidencia: «Gracias. Me acabo de jubilar ahora mismo. Acabo de terminar mi último turno». Me puse en su piel y sentí lo que probablemente él estaba sintiendo en ese momento. Él no pensaba en lo que estaban pensando todos. No pensaba en que se acabaron los horarios de entrada y de salida. No pensaba en que ya era libre y podría hacer lo que quisiera con su tiempo. No pensaba en nada de eso. Creo que sólo pensaba en que acababa de decir adiós a una vida que había ocupado la mayor parte de su vida. Y decir un adiós definitivo rara vez es fácil.

En el coche, de vuelta a casa, fui pensando lo que supone la jubilación, en lo que supone un cambio así. Y pensé en mi padre. En cómo se reservó cosas para esa parte de su vida: Procuraba no escuchar demasiadas veces sus sinfonías preferidas, para que no dejaran de sorprenderle nunca. Se guardó películas sin ver, para verlas con tranquilidad una vez retirado. Recortaba artículos interesantes para leer más tarde. Libros que disfrutar con calma. En definitiva, preparó con tiempo una nueva vida y supo saborearla. Aunque seguramente, a solas, echaba de menos el trabajo que tanto amó.

Tengo amigos que se han jubilado y diría que hasta han rejuvenecido. Algunos están tan atareados con su ocio, que los días se les hacen cortísimos. Pero también sé de gente que no lo lleva bien. Creo que la jubilación es ese momento en el que se le dice un adiós al trabajo y un hola muy grande a uno mismo. Y eso no es fácil para quien nunca ha estado realmente a solas. Es todo un reto que superar y, a la vez, todo un mundo por descubrir.

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