Diario de Mallorca

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Recuerdo muy bien el concierto de Lluís Llach en el Auditorium de Ciutat, por mucho que sea el tiempo transcurrido. De lo que no me acuerdo es del año exacto en que tuvo lugar pero el general Franco vivía aún, con el bastón de mando en la mano, aunque puede que anduviese ya maltrecho con las flebitis y las melenas que los legos incorporamos del lenguaje médico al cotidiano a causa de las dolencias del dictador. Cantar en catalán era, en aquella época, actividad un tanto comprometida y más aún si quien se expresaba en esa lengua era la gallina diciendo que no y dando vivas a la revolución.

Fue emocionante encontrarse en una sala a reventar de personas que, al borde del llanto, cantaban con Llach el estribillo de su canción más conocida y emocionante, la que habla del abuelo asegurándole a su nieto que si él estira con ganas de la soga que le tiene amarrado a la estaca hacia un lado y el niño le secunda tirando de la suya hacia el otro, terminarán por hacer caer esa prisión que les encierra a todos.

La metáfora era tan obvia que poco habría cambiado de sustituir la estaca por la opresión de todos y cada uno de los años de la dictadura. La música, bellísima, acompañaba el estribillo que salía de las voces atronadoras del público para volverse un griterío imposible de ignorar. Pasaría aún algún tiempo antes de que el generalísimo desapareciese y, desde luego, no fuimos los que cantábamos con Llach quienes logramos hacer caer esa estaca. Franco agonizaba en su lecho por causas naturales y fueros las enfermedades seniles las que le llevaron al cabo a la tumba. Después vendría todo lo demás.

Medio siglo más tarde, aquel concierto parece un sueño. Las gallinas están en silencio o, todo lo más, llaman a otras causas que no tienen que ver con revolución pendiente alguna. El abuelo habrá sin duda desaparecido también y su nieto puede que haya hecho carrera a partir de las juventudes de algún partido político o tal vez esté en el paro. ¿Y la estaca? Quizá haya una cierta coincidencia en que existir, existe. Sigue ahí, con su amarra sofocante que nadie ve pero que a todos sujeta. Lo que sucede es que el coro unánime es hoy imposible.

Para unos, la estaca es la misma que antes. Para otros, la contraria. Pero lo más inquietante a mi entender es lo que sucede con aquel símbolo del ansia por la libertad, el autor de la canción y su mejor intérprete. Lluís Llach es ahora diputado y hace campaña en favor del proceso soberanista plasmado en la ley de desconexión con el Estado español actual. La estaca, imagino que dirá. Y amenaza con sanciones a quienes se opongan a esa norma que, según quienes piensan como él, obligará en cuanto se apruebe a todos los catalanes. Yo tengo ahora la edad del abuelo de entonces y no sé hacia dónde tirar para que la estaca caiga.

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