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Antonio Papell

Los populismos simétricos

A las puertas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas llegaron con posibilidades más o menos reales de ganar cuatro candidatos -Marine Le Pen por el ultraderechista Frente Nacional; Emannuel Macron por la formación centrista ´En Marche´; François Fillon por el partido conservador ´Los Republicanos´ y Jean-Luc Mélanchon, candidato de ´Francia Insumisa´, una especie de populismo ultraizquierdista en que se reconoce nuestro Podemos—; de ellos, y como es sabido, sólo Macron y Le Pen han pasado a la segunda vuelta, por lo que uno de los dos será el próximo presidente de la República francesa. Dado el tácito Pacto Republicano, ya puede asegurarse con una alta probabilidad de acertar que el sucesor de Hollande será Macron.

Dicho esto, quizá lo más relevante del proceso electoral francés es que se han desvanecido los partidos tradicionales sobre los que pivotaba la V República: ni el PS ni ´Los Republicanos´ -la formación heredera del RPR y de la UDF—, que se habían alternado en la jefatura del Estado, están hoy en la dialéctica esencial. Y en cambio, han surgido una formación centrista -liberal-radical— y, lo que es mucho más inquietante, un populismo simétrico, aunque no opuesto, al Frente Nacional, ubicado en la izquierda.

En suma, por el escasísimo margen que separa a Mélenchon (19,6%) de Macron (23,8%), la segunda vuelta no se celebra entre la representante del populismo de extrema derecha y el de extrema izquierda. Pero en todo caso, Mélenchon se ha convertido en el más caracterizado representante de la izquierda política francesa, dado el desastroso resultado del candidato oficial del PS, Benoît Hamon, demasiado radical, a quien ni siquiera ha apoyado el exprimer ministro Valls ni la mayoría de las personalidades del gobierno saliente.

Los dos populismos no son opuestos, como se ha subrayado más arriba, dado que entre ellos existen fuertes (¿y sonrojantes?) coincidencias (véanse los últimos artículos de Juan Ramón Rallo). En el terreno sociopolítico, ambas fuerzas coinciden en postular un mayor control político de los medios de comunicación, el restablecimiento del servicio militar obligatorio, la salida de la OTAN o el desarrollo de un potente imperialismo cultural en francés; en el terreno económico, ambos son claramente antiliberales y partidarios de más gasto público, más impuestos, más proteccionismo, más regulaciones, más crédito barato, más endeudamiento público, más estímulos keynesianos y más planificación económica.

De hecho, era previsible que la fortaleza persistente del populismo de extrema derecha, unida a la desastrosa gestión de Hollande y al pésimo recuerdo de Sarkozy (cuyo partido tampoco ha sabido sobreponerse al desastre), terminara alumbrando un fuerte populismo de izquierdas. En el inminente futuro francés, aunque gobierne Macron, buena parte del debate parlamentario y mediático será entre Le Pen y Mélenchon. Estremecedor.

Es claro que tiene sentido manifestar, aquí, en España, el fundado temor al surgimiento de un fenómeno análogo, aunque a la inversa: la potente presencia del populismo de izquierda —Podemos— unida a la decadencia de los dos grandes partidos del viejo bipartidismo —el PP, gravemente afectado por una corrupción insoportable que limita notoriamente sus posibilidades de crecimiento más allá del 30%, y el PSOE, víctima de una crisis interna de proporciones terroríficas— podría dar fácilmente lugar al surgimiento de otro populismo, este de extrema derecha, surgido de los sectores conservadores más reaccionarios, que hasta ahora se han mantenido disciplinadamente dentro del PP pero que podrían reclamar alguna vez su autonomía.

Siguiendo con el parangón entre los procesos políticos francés y español, es claro que en este juego entre realidades e hipótesis Albert Rivera podría desempeñar el papel que hoy desempeña Macron. Después de todo, sin su firmeza, Pedro Antonio Sánchez seguiría siendo presidente de Murcia y la lucha contra la corrupción no estaría en el primer plano de la agenda.

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