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No malgastes el tiempo

Llevo escuchando desde hace días el debate que se reabre cada vez que un ciclista es víctima de accidente de tráfico; discusión que luego vuelve a diluirse en la diaria vorágine de noticias y acontecimientos. Vaya por delante, para que no queden dudas, que cualquier muerte de cualquier ciudadano en cualquier lugar, en cualquier condición de circulante que aquel tenga me duele como si me afectará directamente, aún cuando sea por el hecho de que algún amigo, algún compañero, ha finalizado su andadura vital sobre el asfalto.

Como es obvio he escuchado opiniones para todos los gustos y tesis de toda vertiente, todas ellas respetuosas y hasta respetables; desde aquello de que hay que regular mejor hasta los que indican que es cuestión de respeto entre los que utilizan nuestras carreteras sobre dos ruedas ligeras y los que lo hacen sobre cuatro o más ruedas de mayor porte, y hay verdad en esta última manera de ver el problema. Nunca es obviedad el acudir a la palabra respeto, mejor dicho al uso de su concepto mismo entre ciudadanos para llegar con mayor presteza a un acuerdo más equitativo.

Para cualquiera que circule por nuestras vías y autovías es evidente que el porcentaje de ciclistas en nuestras carreteras no es precisamente menor, dado que estos son de dos tipos, los de cantera, como diría el filosofo Agustín "El Casta", els nostros, y los de importación, estos últimos formando parte de todos aquellos que pagan por disfrutar de rutas ciclo-turísticas isleñas; es también evidente que nuestra red viaria no es precisamente la de mayor amplitud media del estado, lo cual no mejora la situación de convivencia entre usuarios viarios. Quizá no esté lejana la solución de este problema de convivencia entre unos y otros, de la necesaria pedagogía destinada a TODOS los usuarios circulantes, de dos o más ruedas, en cuanto a que nos convenzamos de que los caminos, las carreteras, las vías y autovías, nos con tanto una propiedad compartida, que algunos consideran solo particular, sino un instrumento que debe ser utilizado por todos sin impedir a los demás usuarios también su uso.

Debieran ser descartadas algunas medias verdades en cuanto al fenómeno ciclista; no poco importante es la verdad manifestada de que el ciclista no contamina; permítanme dos añadidos, mejor dicho restas a tan categórica afirmación; cierto que el manejo de la bicicleta no contamina pero su circulación por carreteras de escasa visibilidad por causa del trazado isleño o del tráfico en sentido contrario crea esas hermosas caravanas de vehículos que necesariamente deben circular de forma lenta; pregunten ustedes a cualquier técnico en eso de los motores de combustión interna y les dirá que cuando se ordena a un motor a funcionar en bajas velocidades, el uso de sus marchas cortas aumenta el número de revoluciones, esto es de consumo de combustible; o sea que si no polucionan de forma directa pero si provocan el que otros se ven forzados a verter más CO2; por otro lado se observa de forma constante que en las cunetas que empiezan o terminas en zonas empinadas de esas carreteras se producen una sobreabundancia de latas de bebidas isotónicas, de envoltorios de barritas energéticas y de botellas de plástico de todo tipo, saquen ustedes sus propias conclusiones. Es decir aquella verdad, no están verdad.

Pero volvamos a la forzada convivencia de los circulantes. Por ventura la causa del problema no es tanto en el no se respeto de la norma, no solo de tráfico, sino de convivencia y hasta de educación; no es el que unos u otros piensen que la parte de carretera en la que discurre su vehículo es suya y solo suya; y es aún posible que no recaiga la sola causa del problema en esa falta de respeto por los demás, tan abundante en nuestra sociedad y que se manifiesta, en ocasiones de forma agresiva y siempre egoísta cuando el homo sapiens pierde el calificativo, casi siempre justo en el momento en que se pone al volante o al manillar de su vehículo. Quizá la génesis del problema descanse en el hecho del diferente concepto del tiempo y de su transcurso que se tiene en función del vehículo que se utiliza.

Ya ven, también la circulación por nuestras carreteras guardan relación con las teorías einsteinianans del espacio-tiempo. Porque dado que unos y otros debemos compartir el mismo espacio habrá que convenir que lo único que nos distingue es el tiempo que cada uno de nosotros emplea en su tránsito; y es admisible, faltaría más, que cada uno de los ciudadanos que, sobre un vehículo u otro, utilizan ese espacio vial, pueden hacerlo a su propio gusto, pero habrá igualmente que convenir que los demás usuarios deben poder utilizarse al suyo propio. Tengo para mí que existe una atroz forma de latrocinio que no es la de quitar el dinero a los demás sino la de robarles el tiempo, pues como indica la leyenda de un reloj de sol que aparece en la película "Gone with the wind", no se debe malgastar el tiempo ya que es la materia con la que está hecha la vida.

Concluyamos; el problema pues no es que se deba compartir un mismo espacio, no es solo el obligado comportamiento respetuoso para con los demás, sino que está íntimamente ligado a las distintas formas de manejar el tiempo de cada uno. Por ello nadie debiera obligar a quien desea ir lentamente por una carretera a ir más rápido, pero la pregunta es igualmente pertinente en la dirección contraria ¿puede ese alguien obligar a los demás usuarios a utilizar su tiempo de forma involuntariamente lenta? Y si es así ¿quién abona el precio por el tiempo irremisiblemente irrecuperable?

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