Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

José Carlos Llop

Fisiognómica

Parece difícil, pero se puede estar rodeado de porquería y no saberlo. Incluso se puede vivir en una sociedad sin valores y tenerlos, o en una situación de decadencia extrema y no participar de ella. Ejemplos hay muchos: desde algunos profetas bíblicos -que siempre pasan por chiflados anunciando desgracias, cuando sólo retratan la realidad de su tiempo- hasta Noé antes del Gran Diluvio, o Lot escapando de Sodoma y Gomorra. Y durante el siglo XX, con los totalitarismos convertidos en plaga, muchos más, pero ahora me viene a la cabeza el padre del escritor alemán Joachim Fest -autor de El hundimiento-, que se mantuvo erguido frente al nazismo y supo decir no, mientras los demás decían sí. Su hijo escribiría un hermoso libro sobre la dignidad de su padre, titulado Yo no.

Pero bajemos a la arena. Digamos, pues, (creámoslo o no), que podría ser que Esperanza Aguirre no se hubiera enterado de nada. Podemos pensar incluso que sus lágrimas fueron verdaderas, aunque siempre debamos ser escépticos con las lágrimas vertidas en público, especialmente si son de personas que se dedican a administrar lo público o a vivir de ello. Consideremos la posibilidad de que ella sea una de esas personas que tienen confianza ciega en aquellos a los que eligen como colaboradores y si no, ya no los eligen. No sospechemos, ni por un momento siquiera, que algo así lo haga para poder descargarse de culpas si las cosas se tuercen y de esta manera salirse de rositas y aquí no ha pasado nada. Olvidemos, pues, que somos mallorquines y que la desconfianza es uno de nuestro pecados originales. Si lo conseguimos, inmediatamente nacerá la pregunta correspondiente: ¿puede alguien así regir el destino de una comunidad autónoma, de un ayuntamiento o del gobierno de una nación? ¿Puede alguien que no se entere de nada, sumergido en un profundo autismo emocional, aspirar a presidir un partido de ámbito nacional? La respuesta evidente es que no, aunque no podamos creer que en la política española -local, autonómica o nacional-, sólo Esperanza Aguirre sea así. Autistas los hay por todo. Porque lo que está claro es que si Esperanza Aguirre dice la verdad -que lo ignoro-, el autismo es uno de sus rasgos políticos.

También es salerosa, ocurrente, pizpireta, no se arredra y le da igual no callarse con tal de decir lo que piensa. No sé si todo esto son virtudes o defectos -en política, digo, y en cualquier convivencia- pero son otros de sus rasgos. Y encima, ella y su camarilla, desde la Comunidad de Madrid, han torpedeado al gobierno central -presidido por personas de su propio partido- en momentos en que ese gobierno necesitaba más apoyo interno que críticas de virgen ofendida. Pero a ella esto le importaba un bledo con tal de seguir su camino. Y se olvidaba, visto lo visto, de dos cosas. La primera es que la baraka de Rajoy consiste en esperar: sus enemigos acaban cayendo mientras él se fuma un puro, dos, o tres; sólo es cuestión de tiempo. La segunda era la panda de elementos que tenía junto a sí: sus hombres de confianza. ¿Era ciega, además de autista? ¿No veía que aquellos personajes no pasaban de extras de una serie estilo Curro Jiménez? ¿Conocen ustedes a alguien que depositaría su confianza, la educación de sus hijos, su dinero, una confidencia, la compra de un coche o de una casa, en alguien con el careto de Granados o de González? Porque si lo conocen, mejor apártense de él, que no les va a causar más que desgracias. Y sí, de nuestro rostro, a partir de cierta edad, somos todos sus responsables. Por no hablar de lo que oculta, que todavía lo somos más.

Los clásicos establecieron distintas categorías de rostro para estudiar los rasgos del carácter de los individuos y su tendencia a la criminalidad. Lavater comparó la cara de los humanos a la cabeza de los animales y según su parecido estableció una escala de comportamientos que nacía de la conducta de cada uno de aquellos animales. Lombroso, a partir de los rasgos faciales de los criminales, trazó toda una teoría sobre la inclinación a la delincuencia según el cráneo, las orejas, nariz, etcétera de un individuo. Recuerdo estas cosas de cuando estudié Derecho Penal y no sé si ahora se echa mano de ellas o sólo son un cuento de terror, escuela gótica. Lo que sí sé es que el escritor Cristóbal Serra nos hablaba mucho de Lavater y su Tratado de fisiognómica para definir ciertos comportamientos locales. Quizá le habría ido bien a Esperanza Aguirre leer algo de eso antes de dedicarse a la política. O quizá no: quizá habría sido peor y en vez de Sierra Morena nos habríamos encontrado con la cámara de los horrores.

Pero hay un factor que puede explicarnos -si es que ha sido así- que no se enterara de nada: el factor aristocracia española, a la que Aguirre pertenece. Históricamente ha habido un sector de la aristocracia muy jaranero y castizo, cuya relación con el resto de la humanidad es de señor a siervo, aunque se disimule. No conoce ni quiere otra, por mucho que compartan juergas nocturnas y trabajos diurnos. A través de ellos compran compañía, como compran cubrir sus propias necesidades y debilidades: siempre los hay que están encantados de servir. Y como no son pocos los que prefieren ser criados a enfrentarse a sí mismos, si de paso pispan o hacen una pequeña fortuna, pues mejor que mejor, que vida sólo hay una y la juerga ha de continuar. Quizá me equivoque, pero ésta podría ser la explicación más adecuada a la bóñiga donde Esperanza Aguirre ha construido su casa política. Otra herencia de una sociedad donde nobleza y clero congelaron la historia durante siglos. Ay, si su tío, el poeta Gil de Biedma, levantara la cabeza.

Compartir el artículo

stats