En 2018 se cumplirá el centenario del fallecimiento de uno de nuestros compositores más insignes: Pere Miquel Marqués García (Palma, 1843-1918), figura que antaño gozó de gran popularidad y prestigio gracias a sus contribuciones al mundo escénico. Durante décadas su memoria se ha mantenido gracias a un solo fragmento: el preludio del acto 3º de su zarzuela El anillo de hierro (1878), perfecto ejemplo del buen hacer de Marqués como compositor y una obra paradójicamente lejos de los tópicos tradicionalmente asociados al género zarzuelístico. La pieza atesora un intenso lirismo que ha perdurado a través de los años sin envejecer, gracias al cual ha mantenido un lugar habitual dentro de nuestro repertorio local, especialmente en el mundo de las bandas. La intensidad de sus pasajes parecen evocar el alma isleña y aspiraría perfectamente a la categoría de himno popular (letra aparte), tal como Verdi, Haydn, Grieg o Sibelius lograron en su tiempo y han mantenido hasta hoy.

Para la efeméride que se avecina podría barajarse la puesta en escena de El anillo de hierro en su integridad para la próxima temporada de ópera ya que su música, destacado estandarte de la zarzuela grande de elevadas aspiraciones eclipsada por el género chico posterior, posee hechuras cuasi operísticas -aunque el libreto de la misma no acompañe en exceso-, en consonancia con el buen hacer de Marqués en todos los géneros que abordó. También cabe recordar que falta una grabación de la obra que renueve la única disponible hasta la fecha, que se remonta a 1960 y que permita una lectura de la misma menos presidida por ese sonido tan "zarzuelero" tan común a este tipo de grabaciones añejas.

Pero ante una fecha tan señalada redescubrir su obra y figura es más que ineludible, por lo que quedarnos en su faceta de compositor escénico resultaría un aniversario del todo incompleto. Porque Marqués fue un peso pesado dentro de la música sinfónica de su época: autor de cinco sinfonías compuestas entre 1869 y 1880 que fueron un destacado hito dentro del sinfonismo español del siglo XIX, y aunque desaparecieron pronto del repertorio fue a causa de la escasa tradición en el país. Por ellas unos le llamaron nada menos que "el Beethoven español" mientras otros las calificaron de obras de segundo nivel (dejo al lector imaginarse cómo eran el resto de incursiones en el género). En fechas recientes fueron reestrenadas, lo cual ha permitido comprobar que Marqués, en efecto, no es equiparable al genio de Bonn; pero sus obras lo confirman como un relevante hito musical y un dignísimo exponente del (magro, magrísimo) sinfonismo español, tradicionalmente tan falto de tradición y referentes de nivel.

Sería deseable incluir alguna de sus sinfonías en la próxima temporada de la Simfònica, o incluso planificar la ejecución de la integral y acometer su grabación en concierto o posterior en estudio. Recientemente la integral fue grabada por la Orquesta Filarmónica de Málaga bajo la batuta de José Luis Temes, pero no estaría de más que la Simfónica acometiera el mismo reto en fechas futuras, máxime tratándose de un compositor de casa que ha tenido que ser reivindicado desde fuera. También el fallecido Luis Remartínez, primer director de la Simfònica entre 1989 y 1994, inició un camino de redescubrimiento de la obra y figura de Marquès que fuera más allá de la parcial memoria que de él se conservaba. Reeditó la partitura íntegra corregida de El anillo de hierro en 2014 y fue puesta en escena en el Teatre Principal, con participación de la Simfònica, con gran éxito. Su fallecimiento al año siguiente frustró su participación en un centenario en el que, de buen seguro, le hubiese gustado contribuir y participar.

Asimismo sería el momento de redescubrir las incursiones de Marqués en otros géneros, creadas en la recta final de su vida y habiendo ya retornado a Mallorca. Obras como el poema sinfónico La cova del Drach (1904) o el Himno a Ramon Llull (1916) merecen una revisión y una difusión a gran escala entre el gran público. Por todo ello Marquès merece hacerse un hueco permanente en nuestros programas de concierto y no solamente por su simple condición de mallorquín.

Este centenario puede ser la ocasión perfecta para redescubrir y consolidar de una vez por todas a un compositor de talento, sólido, versátil y de calidad, como muchos otros obligado a componer zarzuelas para sobrevivir; pero que nunca dejó de lado otros géneros de mayores pretensiones. Algunas de sus obras quedaron inéditas y olvidadas en los archivos durante más de un siglo; ahora, cien años después, es el momento de darles la afinación adecuada ante el público de la tierra que le vio nacer para no volver a caer en un injusto anonimato.

* Doctor en Historia Contemporánea