Viva la contradicción, pero hasta cierto punto. Los de Podemos no saben con quién están enfrentándose. Con la Coca-Cola siempre saldrán perdiendo. Porque una cosa son los directivos de la compañía, y otra cosa muy distinta es la bebida en sí. Dicen que la Coca-Cola es el símbolo del capitalismo norteamericano y, de paso, mundial. Es casi enternecedor comprobar la ingenuidad de Ramón Espinar. Lo digo sin ironía: es incluso conmovedor. Pero los de Podemos no han sabido analizar la situación y no han sabido entender el producto. La Coca-Cola es mucho más que el símbolo del odioso capitalismo. La Coca-Cola es más socialista que ellos, mucho más democrática y popular. La Coca-Cola es la misma en todos los lugares, y es asombrosamente accesible. Y esto lo saben de sobra los de Podemos y quienes se han pasado la vida evitando ser descubiertos con la bebida en la mano. Un producto que tiene un origen sanitario, pues la inventó Pemberton, un farmacéutico. Un medicamento que calma los furores del estómago. Los antiyanquis de cajón se han pasado la vida demonizando un jarabe que, según ellos, hasta los clavos corroe. Lo único secreto, eso sí, es su fórmula, pero comparte podio con las secretísimas cocas de patata valldemossinas. Y ambas cocas no pueden ser más populares.

Sería muy fácil cebarse con Espinar y su vistosa contradicción, pero lo cierto es que a mí me conmueven las paradojas, las torpezas, las flagrantes contradicciones. Quizá es que hoy estoy de buenas y uno puede perdonarlo casi todo. Sin duda, con mal humor el asunto habría tomado otro cariz y me habría mostrado despiadado. No es la contradicción lo que se debate aquí, sino la torpeza en el análisis. La Coca-Cola es más popular y democrática que Podemos, pues la labor de la compañía ha sido la de extender el producto en todas direcciones, haciéndolo llegar a todos los rincones del planeta. No estamos hablando, para nada, de un producto elitista ni exquisito, sino todo lo contrario. La Coca-Cola es la parte comunista del capitalismo, la popularidad y la democratización hecha brebaje gaseoso. Ha llegado a ser casi tan popular como el agua. De ahí que hasta los comunistas más acérrimos, quienes han denostado el capitalismo hasta sus últimos estertores no han podido irse de este mundo sin haberla consumido, incluso de una manera casi compulsiva. Espinar es un ejemplo. La Coca-Cola es demasiado grande como para ir por ahí haciéndole cosquillas y tratando de hacerse el displicente cuando, en verdad, el producto ha alcanzado cotas de popularidad inauditas. Porque una cosa es maldecirla y otra dejar de beberla. La paradoja es hermosa, no me lo negarán. El doblete que se marcó Espinar es como un subrayado en rojo. Y es que el capitalismo es muy puñetero, pues a menudo se comporta como un comunista. Porque nada tan común como esta bebida. Nada tan igualador como este brebaje de color negro. Nada tan accesible como esta medicina que creó el farmacéutico, Pemberton. Exigir la retirada de la marca a causa de los conflictos laborales y, para celebrarlo, pimplarse dos botellines a la hora de la comida, sin duda, tiene su aquél, su guasa, su coña. De hecho, los boicots siempre me han parecido ridículos. Son unas simples y estériles pataletas. Espinar admitió su error, aunque el error no reside en haber consumido el producto "maldito", sino en no haber entendido que el éxito, la aceptación masiva de la marca es lo que Podemos querría para sí. Un transversalismo social, un llegar a arriba y abajo. Un anticapitalista consumiendo el producto del enemigo es una imagen perfecta, la que resume lo que en el fondo es la Coca-Cola: un producto tan capitalista que se ha hecho comunista.