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Eduardo Jordà

Una historia

Una de las historias más extrañas que conozco se cuenta en el libro que un médico judío húngaro escribió sobre su experiencia en Auschwitz. El doctor se llamaba Miklos Nyiszli y por una especie de milagro logró sobrevivir al Holocausto y contar su historia (más milagroso aún fue que también sobrevivieran su mujer y su hija). Nyiszli era un forense cualificado que fue deportado al campo de concentración y fue elegido por el doctor Mengele para trabajar como asistente de sus experimentos con hermanos gemelos (autopsias de gemelos asesinados el mismo día, intentos de crear hermanos siameses cosiéndoles los cuerpos, experimentos con los colores de los ojos, esa clase de cosas que hoy tendrían millones de visionados en YouTube). Gracias a eso, Nyiszli logró vivir con un trato un poco menos inhumano que el reservado a los demás presos.

Y un día, en su sala de autopsias, Nyiszli recibió la visita del jefe de los sonderkommandos judíos que trabajaban retirando los cuerpos de los muertos en las cámaras de gas. El sonderkommando estaba nerviosísimo (y eso que un sonderkommando estaba acostumbrado a ver y a oír cosas que muy pocos de nosotros lograríamos soportar). "Doctor -le dijo-, venga deprisa. Hemos encontrado a una chica viva bajo una pila de cadáveres". El médico no se lo podía creer: aquello era algo que no había ocurrido nunca. Pero Nyiszli cogió su maletín y corrió a la cámara de gas. 3.000 presos acababan de ser gaseados. Los sonderkommandos trabajaban a destajo limpiando y retirando cadáveres porque se había anunciado la llegada de un nuevo convoy al que había que "procesar" (ese era uno de los eufemismos que usaban los SS para camuflar lo que ocurría en las cámaras de gas; otro era "tratamiento especial"). Bajo una pila de cadáveres, cerca de la entrada, una chica estaba sufriendo un ataque de convulsiones. Los sonderkommando estaban a la vez fascinados y horrorizados. Si ya no existían palabras humanas que pudieran definir lo que veían y hacían cada día, ¿qué palabra o qué idea humana podía definir lo que ahora estaban presenciando, aquel cuerpo humano que había salido vivo de las cámaras de gas?

El médico cogió a la chica en brazos y la llevó a una sala vecina que los sonderkommandos usaban como vestuario. La tendió sobre un banco y le administró tres inyecciones intravenosas. La chica empezó a toser y vomitó una gran cantidad de flema. Luego empezó a respirar. Abrió los ojos. Los sonderkommandos la taparon con una manta y fueron a buscar un cuenco de caldo. Cuando logró recuperar la calma, el médico dedujo que se había producido aquel milagro porque la chica -que sólo tenía unos quince años- se había caído al suelo, con el rostro pegado a las baldosas húmedas, y la humedad que reinaba allí abajo había impedido que el gas Zyklon-B hiciera su trabajo. La humedad restaba efectividad al gas.

Pero ahora se planteaba otro problema: ¿qué iban a hacer con la chica? Nyiszli fue a ver al sargento Mussfeld, que era el suboficial de las SS que supervisaba el trabajo de los sonderkommados. Mussfeld se quedó muy sorprendido al oír la noticia. El médico le dijo que aquella chica no podía seguir un minuto más en el crematorio. Después de lo que había pasado, se merecía vivir. Mussfeld pareció asentir. Al fin y al cabo, aquello era un milagro. Nyiszli le planteó la posibilidad de dejar a la chica en el exterior del crematorio, donde había mujeres trabajando, para que se mezclara con ellas y volviera a los barracones. Nadie la reconocería, nadie le haría preguntas. El suboficial decía que sí con la cabeza. "¿Qué edad tiene?", preguntó. "Unos quince años", dijo el médico. Mussfeld cambió de expresión: "Entonces es imposible. Es demasiado joven. Si fuera mayor, sabría estarse callada. Pero ahora es demasiado ingenua. Seguro que contará lo que ha visto. Y no podemos permitir eso. Tendría gravísimas consecuencias para nosotros". Media hora más tarde, Mussfeld dio órdenes a uno de sus subalternos para que se llevase a la chica a un pasillo y acabase con ella de un disparo en la nuca. Fin de la historia.

O no. Porque hoy es Domingo de Resurrección. Y en un día como hoy, podemos plantearnos las cosas de otro modo. Nyiszli fue a ver a Mussfeld, como era su obligación. Y Mussfeld le escuchó, como era su obligación. Extrañado, fue a ver a la chica. La vio respirar, la vio tiritar bajo la manta, la vio tomarse el caldo, la vio mirar a un lado y a otro sin saber muy bien dónde estaba. ¿En el más allá? ¿En un sucio campo de concentración? ¿En el limbo? ¿En la región de la muerte, ese lugar tan extraño que nadie sabría nunca cómo es en realidad? Y entonces Mussfeld no se pudo contener. "Libérenla", ordenó a sus subalternos. "Sáquenla del campo. Y que nadie diga nada. Nunca. Y no quiero volver a oír hablar de procesos ni de tratamientos especiales. En lo que a mí respecta, se acabaron los procesos. Nunca más".

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