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JOrge Dezcallar

Sin Europa será peor

Está de moda el pesimismo y es cierto que no faltan razones para tenerlo a poco que uno esté mínimamente informado. Ruido de sables en Europa central, en Oriente Medio, en la península de Corea y en el mar de sur de China; crisis económica planetaria que ha golpeado duramente a ciertos sectores de población a pesar del crecimiento macroeconómico que ha traído la globalización; calentamiento global e indiferencia culpable de muchos ante el problema; gentes que huyen de la guerra y la miseria para toparse con alambradas; terrorismo salvaje...

Todo eso es verdad, pero también ocurren cosas buenas como que tenemos en Europa el mejor estado de bienestar del mundo; vivimos mejor y más tiempo que nunca en la historia; la sanidad y educación generales mejoran nuestro físico y nuestras mentes; viajamos como nunca lo hemos hecho; la revolución tecnológica y la de la información nos abren nuevas fronteras, al igual que los avances en la biología o en la astronomía, hasta el punto de que puede estar pronta la creación de vida artificial o el encuentro con otras formas de vida extraterrestre. Vivimos en un mundo fascinante y yo, desde luego, no hubiera deseado vivir en ninguna época anterior. Al contrario, mi curiosidad se dirige al futuro y envidio el mundo que verán mis nietos y que no puedo ni imaginar. ¿Acaso imaginaban mis abuelos internet?

Viene esto a cuento de Europa. Tenemos problemas y no hay que esconderlos o negarlos, pero mucho mayores son nuestros logros porque en sesenta años hemos creado un estilo de vida único y que el mundo entero nos envidia. ¿Quién ofrece hoy en el mundo educación y sanidad gratuitas para todos, democracia, pensiones, salario mínimo, vacaciones pagadas, seguridad social e igualdad de género? Un sistema que vigila y controla la calidad del medio ambiente, de la comida y de las medicinas, que nació con seis miembros y hoy tiene 27 (tras la espantada británica) y hay lista de espera para entrar. Un club que se creó para evitar guerras en un continente devastado por los conflictos y que ha reconciliado a los europeos hasta el punto de que una guerra sea ya imposible dentro de la Unión Europea. Un continente tachado de hedonista por quiénes nos envidian porque tiene el 50% del gasto social mundial. No hay quién de más.

Por eso lo que tenemos que hacer es proteger ese legado y perfeccionarlo, luchando contra los populismos racistas e insolidarios que desde diversas ópticas de extrema izquierda y de extrema derecha pretenden destruirlo, algo a lo que seguramente no le harían tampoco ascos Wladimir Putin y Donald Trump, aunque por razones diferentes. Debemos garantizar nuestra seguridad tanto exterior como interior pues por desgracia la guerra no es ajena a la periferia de nuestra Unión. La hemos tenido hace pocos años en Yugoslavia y ahora mismo en Ucrania, y llegan a nuestras costas refugiados famélicos e inmigrantes económicos. El terrorismo azota nuestras ciudades desde Bruselas a París, y desde Niza a Berlín y Londres, por hablar solo de los últimos atentados. Y padecemos insoportables desigualdades económicas que están en la base del rechazo a las fronteras abiertas y al cosmopolitismo que han sido siempre parte importante de nuestras señas de identidad, como también nuestros valores son hoy cuestionados por el iliberalismo y el racismo que crecen en centroeuropa y del que son buen ejemplo los comentarios estúpidos que acaba de vomitar el jefe del Eurogrupo, Dijsselbloem, al decir que en el sur no podemos pretender ayudas cuando lo gastamos todo "en vino y mujeres". No es con misoginia y estereotipos como se construye un presente compartido.

Esos problemas están ahí pero la buena noticia es que su solución es algo que solo depende de nosotros. Para ello hay que relanzar el proyecto europeo centrándonos en lo importante y atendiendo en primer lugar a las preocupaciones de los ciudadanos con una política expansiva que luche contra la pobreza, cree puestos de trabajo especialmente para jóvenes, y que tenga el apoyo de mecanismos de redistribución de rentas. Además, hay que completar lo que nos falta de la estructura institucional de la zona euro, que no es poco, con la debida fiscalización de todo lo que se haga por parte del Parlamento Europeo, fuente de legitimidad democrática.

También necesitamos una política de seguridad que garantice nuestras fronteras, distinguiendo entre refugiados e inmigrantes económicos, y que haga frente al terrorismo con más cooperación y coordinación entre servicios de inteligencia y fuerzas de seguridad, sin olvidar dotarnos de métodos sofisticados ante el reto que supone un ciberterrorismo en franco crecimiento. Y como tenemos vecinos complicados, necesitaremos también una política exterior y una política de defensa a su servicio.

Muy importante será reforzar los sentimientos de pertenencia a la patria común europea, invirtiendo en educación e investigación, extendiendo el programa Erasmus a la educación profesional, abaratando el Eurail y facilitando el reconocimiento de titulaciones y la movilidad profesional entre nuestros países. Una juventud formada en valores democráticos compartidos y en la conciencia de pertenecer a la patria común europea será la mejor garantía para nuestro futuro.

No digo que sea fácil pero sabemos lo que tenemos que hacer y por eso tenemos que ponernos a trabajar en cuanto pasen las elecciones alemanas. Los distintos escenarios presentados por Juncker son una buena base de partida para el debate porque sin Europa nuestro futuro será más sombrío y nuestro nivel de vida mucho más pobre. No hay que olvidarlo.

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